VIII

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Oscar se encontraba en el sillón viendo con mucho antojo el ramen instantáneo que había encontrado en una alacena, lo había colocado encima de la mesa pero sin abrirlo aún. No estaba seguro si sería correcto o no comer algo que no le habían dado. Pero su estómago rugía demasiado en busca de que lo alimentara. Miró el reloj colgado en la pared. Todavía faltaría tiempo para que llegaran, no podía resistirse. Relamió sus labios y después bufó. Se acercó a la mesa de estar, abrió el empaque y se levantó para irlo a preparar al microondas. Puso el tiempo que necesitaba ese ramen para estar listo y después se quedó allí parado esperando a que estuviera. De verdad que tenía muchísima hambre, además de el dolor en su estómago por sentirse vacío, también le dolía levemente donde le habían disparado. La alarma del microondas sonó después de unos minutos, Oscar se sobresaltó con emoción. Lo abrió tomándolo con precaución para no quemarse y después caminó de vuelta al pequeño salón. Justo cuando estuvo por tomar asiento escuchó un fuerte golpe proveniente de lo que al parecer sería la "entrada". Se comenzó a preocupar al instante en notar que aún no era hora adecuada en la que llegarían los mayores. Dejó el ramen allí mismo y salió corriendo a esconderse en cualquier lado de el gran edificio.

...

—¿A donde se fue el americano a quien ayudaste? -preguntó con curiosidad mientras se cruzaba de piernas en la cama recostando su espalda al respaldo.

Se alzó de hombros. —No lo sé.

—¿Crees que haya regresado a la zona B? -preguntó mientras palmeó la cama a su costado. El monegasco entendió y terminó sentándose junto a él allí mismo. El mexicano lo miraba con atención.

—No estoy seguro, pero supongo que si -dijo sin más.

—¿No te preocupa? ¿No quieres saber en donde se encuentra? O por lo menos, ¿saber si esta bien?

Claro que le preocupaba el menor, y más por el estado en que había decidido marcharse de la nada de su casa. Pero, ¿qué podía hacer él en ese momento? No es como si fuera a irse sin permiso a buscarlo a la zona contraria. Comenzó a jugar con la pulsera de su muñeca, sin saber que responder en realidad. La vio por varios minutos para no tener que cruzar mirada con el mayor. Siempre había tenido esa pulsera, al igual que todos en esa zona. Suponía que los de la zona B también tendrían unas iguales. Comenzó a hacer cabeza y tratar de recordar si había conocido a alguien de esa zona que trajera alguna pulsera parecida. De repente se le vino de golpe un cuestionamiento.

—¡Mierda! -maldijo separando su espalda de el respaldo escondiendo su rostro en sus manos.

—¿Que ocurre? -preguntó el mayor.

—¡Tenemos pulseras! -le recordó.

Checo lo miró mas que confundido.
—No estoy entendiéndote Charles, explícate -pidió.

—Son del gobierno, apuesto a que nos rastrean y vigilan con ellas -le susurró al oído.

El mexicano por fin entendió su punto, su mejor amigo había estado junto a un "fugitivo" buscado por el gobierno y seguro ellos ya deberían de estar enterados.

—¿Que haremos ahora? ¿Crees que te manden a hablar o algo así? -preguntó con preocupación.

—Si me mandan a hablar, ¿que debería decir? -preguntó.

Checo negó varias veces. —No estoy seguro, pero lo mejor es que mientas con el tema de Sargeant -le sugirió. Ya que no quería imaginarse lo peor si se enteraban de que Charles había ayudado a encubrir a un fugitivo de la "zona B".

Charles negó repetitivamente. En realidad no sabía que sería lo más correcto para hacer si algo salía mal, el no quería que lo desterraran o castigaran por haber ayudado a ese chico. Pero lo que menos le gustaba era mentir, odiaba a las personas que mentían así que el no quería ser como ellos. Suspiró cabizbajo. —No puedo mentir, aceptaré la sanción que decidan ponerme.

All in; charlos. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora