Capítulo 36

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La primera impresión que Rebecca había tenido sobre Stephen Strange no había sido la mejor, eso era algo que el propio doctor sabía. Tiritando entre mantas y llegando al punto de tener alucinaciones, el desgarbado hombre no había sido lo que ella quería ver entrar en la habitación.

—¿Cuánto tiempo lleva así?— preguntó con escepticismo el hombre. Esas fueron las primeras palabras que escuchó la muchacha y, sin lugar a dudas, no le gustó su tono.

No escuchó la respuesta de la anciana, en su mente trataba de enfocar su vista en el hombre. Estaba muy descuidado, su pelo y su barba muy poco cuidados. Su ropa era la de cualquier otro aprendiz del Kammar Taj, como Rebecca que en aquel momento llevaba una túnica gris. Una mano temblorosa se apoyó en su frente.

—Hola, soy Stepehn Strange. Tienes que tomarte esto. No, no te duermas todavía. — El desconocido le dio una pastilla y agua. Mucha agua. Aunque lo había hecho de una forma un poco brusca y sus manos no habían parado de temblar. Rebecca no entendía, si es que sus memorias eran correctas, cómo un médico podía tener tantos temblores—. Vale, ya está. Se dormirá. Me encargaré de ella, aunque necesitaré unos cuántos libros.

Rebecca estaba segura de que seguían hablando, pero su mente se había dormido. No era capaz de concentrarse, ni de entender palabras en el sonido. El dolor también se iba, probablemente lo que perdía era la consciencia. Esperaba que fuera por culpa de la medicación que Stephen le había dado y no que se estuviera muriendo. Había sabido durante unos cuantos años que su supervivencia dependía directamente de una gema del infinito y había creído estar preparada para cuando su vida fuera reclamada. Nada más lejos de la realidad, pues solo podía pensar en que no volvería a compartir un desayuno con Crystal, no volvería a reírse con María; no podría disfrutar de la compañía de Natasha o no escucharía nunca más los comentarios irrespetuosos de Tony. Pero sobre todo, si se dormía para siempre, le dolía saber que no volvería a ver la sonrisa de Steve, su brillante mirada no se volvería a posar en ella y sus labios no volverían a acariciar su piel.

Con el miedo de que sus últimos pensamientos fuesen una tétrica despedida sorda a una persona situada a miles de kilómetros de distancia, llegó la oscuridad.

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Cuando se dio cuenta de que había algo de consciencia en su sistema, supuso que era una buena señal. Al abrir los ojos la luz le cegó, pero eso también estaba bien. Intentó incorporarse, el mareo impidió que lo hiciese.

—Yo que tú, no haría eso. — La voz del doctor hizo que Rebecca se girase hacia la puerta, Stephen Strange estaba sentado a la vez que leía un libro perteneciente a la biblioteca. La mujer suspiró con pesadez.

—¿Cuánto he estado fuera? — Esa vez, se apoyó primero en sus codos para fijarse en aquel desconocido. Después se giro y se sentó con mucho cuidado. No volvería a pasar por lo mismo dos veces.

—Lo suficiente para que yo me haya leído un libro y tu marido haya sido arrestado en Bucarest por obstrucción a la justicia junto con sus dos amigos. Ahora está en Berlín— dijo sin mostrar una pizca de sorna. Solo en aquel momento, tras hablar sobre Steve, alzó la mirada de las páginas. Tenía curiosidad por ver la reacción de la reina de los espectros.

—¿Ha sido herido? — La preocupación en sus rasgos era tal que el hombre se sorprendió. Los destellos de violeta que iban y venían solo acrecentaban la sensación de inquietud que él intuía. Por su lado, Rebecca estaba extremadamente cansada, todos sus músculos agarrotados y su mente nublada, pero siempre había sitio para Steve. Siempre lo habría.

—No, está bien. O eso dicen los informativos.— Se levantó tras decir aquello. Había dos tazas en una mesa y una tetera. Con las manos temblorosas, sirvió ambas antes de ofrecerle una a la recién levantada—. Hice té, lleva plantas calmantes por si vuelves a tener otro episodio.

Resiliencia | Steve Rogers (LRDLE 2#)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora