Capítulo I

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Law miraba el reloj sin pestañear. Cada movimiento de la manecilla de los segundos le parecían horas. Ese lunes estaba siendo el peor de su corta vida, pero muy pronto acabaría todo. Muy pronto, sólo unos minutos más. La pierna le temblaba, y con ello la silla. El corazón le iba a mil por hora, la sangre le bullía en el interior y parecía que la vista se le nublaba, pero estaba todo claro. Cristalino. Iba a aniquilar a Eustass Kid.

La sirena que marcaba el recreo fue como el pistoletazo de salida para él. Se levantó del pupitre como un resorte, y sin recoger nada, se dirigió al patio como alma que llevaba el Diablo. Penguin le vio por el rabillo del ojo y le llamó, pero el moreno hizo caso omiso. ¿Se encontraba mal? Preocupado, salió corriendo tras él.

Apenas tardó un minuto en salir al patio, pero ya estaba lleno. Todos los críos del instituto disfrutando de la media hora de libertad que tenían dentro de esas cuatro paredes. Y allí estaba él, como siempre, rodeado de su grupo de amigos en un sitio privilegiado. Ventajas de ser el matón de allí. Pero Law no tenía miedo. Al contrario, nunca había estado tan seguro en su vida.

Con paso decidido, se aproximó al pelirrojo, escuchando a Penguin detrás de él. Le preguntaba algo, pero Trafalgar no estaba para preguntas. Sólo tenía una cosa en mente. Kid le vio y cambió el peso de pierna con una sonrisa. La charla casual que tenía el grupo de amigos se vio interrumpida por la extraña presencia de Law, que iba a estallar de un momento a otro. Y antes de que Kid pudiera decir nada, Law le calzó una hostia en la mejilla con todas sus fuerzas.

*Un año antes*

La alarma del móvil le despertó de su dulce sueño. De un manotazo, agarró el teléfono y la apagó. Eustass Kid odiaba madrugar, pero tenía que ir al instituto o sino sus padres le caparían. Ellos ya estaban trabajando, en casa siempre habían ido justos de dinero. Su padre era camionero, y pasaba largas temporadas fuera de casa; mientras que su madre era cajera de supermercado. La gente podría pensar que eran profesiones de mierda, para pringados, pero Kid estaba orgulloso de pertenecer a su familia.

Se desperezó de mala gana y fue directo a la ducha. Un remojón con agua fría despertaba a cualquiera. Se vistió con lo primero que pilló por la habitación, un pantalón de chándal gris y una camiseta negra. Estaban en septiembre, había empezado el curso hacía nada, y la temperatura era buena. Y no podían faltar sus zapatillas desgastadas y una chapa metálica que se colgaba al cuello, de esas que llevaban los militares.

Engulló el bol de cereales que su madre le había dejado preparado (era una santa) y salió de casa con la mochila al hombro. En la puerta le esperaba Killer, vecino y mejor amigo desde que ambos tenían uso de razón.

–Hey.

–¿Qué pasa, bro?

Chocaron los puños de forma desganada y comenzaron a caminar hacia el instituto. Estaba un poco lejos, pero el paseo mañanero se había convertido en una rutina para ambos. Poco a poco se iba llenando el grupo con Heat y Wire, a los que recogían a mitad de camino. Kid sonreía, en su barrio se sentía seguro, libre, poderoso. Era el rey. Un niñato para muchos, pero él estaba más que dispuesto a callar bocas a base de puñetazos.

Acortando el camino por callejones y atajos que conocían como la palma de sus manos, llegaron a la inmensa mole de ladrillo y hormigón que era el instituto. Era sorprendente que los cuatro estuvieran en el mismo, pero era un centro educativo con cierta reputación y concedían bastantes becas a los más necesitados, como era su caso –siendo que todos venían del distrito sur, el barrio más pobre y conflictivo de la ciudad.

Cuatro cursos de Educación Secundaria Obligatoria, con seis aulas en cada curso; dos cursos de Bachillerato, con cuatro aulas en cada curso; y grados medios de Formación Profesional, de una variedad importante. Es en estos últimos donde estudiaban Kid y Killer, el primero uno de Mecánica, y el segundo en Deportes y Educación Física. Llevaban unas semanas de clases y ya querían que la pesadilla acabase.

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