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—Repita lo que acaba de decir, señorita Zenere.

—¿Para qué? Todo el mundo aquí lo sabe ya, Karol es la novia de la cual el señor Pasquarelli siempre habla pero nunca dice su nombre.

—¿Es eso cierto, Karol?

No sé a dónde mirar, qué hacer o decir.

Valentina literalmente acaba de traicionar mi confianza, divulgó uno de mis secretos más valiosos y...

¡Piensa, Karol!

Solo te queda una salida, y es evidente, negarlo todo.

—Claro que no. —me defiendo mientras escucho su risita.— Si el señor Pasquarelli fuese mi novio como dice, no me habría dejado en vergüenza hace un tiempo porque no presenté un trabajo, ni me hubiese obligado a hacer muchos otros.

—Además, yo conozco a la novia del señor Pasquarelli. —me defiende Mila.— Y no es Karol, es una rubia, creo que se llama Chiara.

—Señoritas, salgan y comiencen a caminar a la oficina del decano. —ordena.— Carlos, dile al señor Pasquarelli que se presente también.

Maldigo, le pido a Mila que se quede con mis cosas y me pongo de lue caminando hacia la salida.

Bien, creo que debí quedarme en casa fingiendo estar enferma. O en su defecto, quedarme callada y no pedir el cambio de pareja.

Estoy jodida, realmente jodida.

—¿Ahora ves lo que se siente?

—Cállate. —ordeno acelerando el paso.— Acabas de demostrar que no eres mi amiga, muchas gracias.

—Tú empezaste con esta guerra estúpida.

—¿Yo? No seas hipócrita, hace tantos días no te veo, y ahora me dices que yo tengo la culpa de que me hayas delatado.

Ella se ríe molesta, no le presto atención y me dedico a enviar un mensaje.

Elimina todas nuestras conversaciones, es más. Elimina mi contacto.

Si, ya Carlos me dijo.

Elimino la conversación, el contacto y absolutamente todo.

De inmediato me invento alguna versión de los hechos que no me involucre a mí con Ruggero.

¿Y si nos vieron en su oficina?

Ay no, solamente eso me faltaría.

Entramos a la oficina, Valentina y yo tratamos de ocupar los lugares más alejados dejando ver que estamos molestas. Me conviene más que el decano piense que estamos molestas y es una pelea de amigas.

—Señorita Zenere, espero que esté consciente de lo que ha dicho.

—Soy consciente. —asegura.

Me contengo para no gritarle, la puerta se abre y me tenso al ver entrar a Ruggero. Su gesto es serio.

Ni siquiera me mira, eso debe ser bueno.

—Señor Pasquarelli, asumo que ya sabe las razones por las cuales lo llamé.

—Si, estoy enterado.

—Comprenderá que una acusación como esta nunca se toma en serio, pero tratándose de sospechas que ya estaban rondando por los pasillos, y que ahora fueron confirmadas por una persona cercana, necesitamos ir más allá.

Antes De Mí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora