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Meses después.

No es nada lindo despertar con muchos mensajes de mamá pidiéndome que vaya a casa ahora mismo. ¿Es que no ve que alguien no me dejó dormir en toda la noche?

Bueno, tampoco fue intencional para él, es que los tres últimos días no había ido a la universidad y la razón es simple, contrajo una infección al estómago.

Comió algo que no debía y se ha estado sintiendo muy mal. El problema ahora radica en que, tuvo fiebre toda la noche y el doctor acaba de irse luego de decirnos que tendrá que descansar unos días más.

Se va a volver loco si no sale de la cama, y mi madre llamando sin parar lo empeora todo. Al final decidió acompañarme, pero su aspecto no mejora para nada.

Finalmente estamos frente a la casa, Ruggero se apoya en el volante sorbiendo su nariz. Toco su frente, sigue con fiebre.

—Vayamos adentro para que puedas acostarte. —musito abriendo la puerta.

Sin quitar su cara de sufrimiento se baja también y le pido al chofer de papá que estacione el auto.

Entramos a la gran casa, me río viendo que la sala está llena de cajas seguramente con adornos navideños.

Era de esperarse, estamos en primero de diciembre y ya se me hacía extraño que la casa no esté adornada.

—¡Ruggero!

Detengo a Alina poniendo mi mano sobre su cabeza antes de que se lance a brazos de mi novio. Ella me mira.

—Déjalo, se siente mal.

—¿Por qué te sientes mal, Ruggero?

Él no responde, solo camina hacia uno de los sillones libres y se sienta en este. Suspiro.

Tomo la mano de Alina y le pido que me lleve donde esté mamá. Ella sale corriendo al jardín.

Y ahí están los dos montando un trineo navideño. Asumo que fue idea de Alina.

No me sorprendería para nada.

—Mamá, papá. Miren quién llegó.

—Hola, mi amor.

—Hola, papi. —saludo entusiasmada.— ¿Qué se supone que hacen?

—Tu hermana quiere un trineo. —explica mamá mientras beso su mejilla.— Y tu padre como siempre, cede al capricho.

Me río, la pequeña da saltitos emocionada.

—¿Y Ruggero? ¿No vino contigo?

—Si vino. —sonrió.— Y está en la sala, no se siente nada bien.

—¿La infección?

Asiento, mamá deja las luces en el piso tomando mi mano. Pudo adivinar que Ruggero vendría y preparó un té para él.

Apenas entramos a la cocina sirve una taza con lo que supongo es el té que le preparó. Pone dos gotitas de no sé qué y me mira.

—Dale esto y dile que se acueste.

—Gracias, mamá. —sonrío.— Y, espero que la razón por la cual me hiciste venir valga la pena.

—Verás que si. —asegura tomando mi mano.— Ahora ve y luego bajas que tenemos que hablar contigo.

Asiento, salgo de la cocina con el té en la mano y me acerco al sillón sentándome junto a Ruggero. Él me mira, suspira.

—Siento que me voy a morir.

Antes De Mí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora