Capítulo 3

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Gavriel despertó de golpe de una pesadilla aterradora donde una abominable criatura lo capturaba, se enderezó absolutamente mareado y fue cuando se dio cuenta de que las sábanas donde estaba acostado eran de seda roja, no solo eso, varias razas de...

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Gavriel despertó de golpe de una pesadilla aterradora donde una abominable criatura lo capturaba, se enderezó absolutamente mareado y fue cuando se dio cuenta de que las sábanas donde estaba acostado eran de seda roja, no solo eso, varias razas de perros dormían a sus pies y un par de gatos bengalí le hacían cosquillas con su cola en el costado. Se hallaba en una habitación completamente obscura y la única luz visible entraba por una rendija de las cortinas cerradas para iluminar a los animales. Miró más de cerca para encontrar que tenía una bata negra que cubría su desnudez, se cogió la cabeza queriendo recordar lo que había pasado la noche anterior.

El hotel. Maleon. Sus labios. El fuego y el monstruo atrapándolo... ¿En qué momento se había drogado sin darse cuenta? ¿Dónde carajos estaba?

Escuchó risillas en la oscuridad y salió de la cama con cuidado, pisó la pata de un perro que le gruñó.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —cuestionó tanteando a su alrededor para ubicarse espacialmente mientras se acercaba a las cortinas.

Más risitas siguieron molestando, parecían femeninas e infantiles, quien quiera que fueran se entretenían con su ignorancia de la situación. Descubrió las ventanas y la luz del mediodía le quemó los ojos acostumbrados a la penumbra, inmediatamente se volteó para ver a dos adolescentes asomarse por detrás de un sofá. Sin embargo, eso fue lo que menos lo impresionó de todo el asunto, ya que prácticamente la habitación de una persona malditamente rica se disponía ante él.

Gavriel observó a su alrededor con la boca seca. La condenada habitación era más grande que una casa pequeña. Una chimenea independiente en el salón hundido con sofás y sillones de color dorado se encontraban en un extremo de la estancia. La cama roja del tamaño de un bote donde había dormido estaba enmarcada de hierro forjado en el otro extremo, montones de almohadas y edredones se dispersaban sobre ella al igual que los animales que levantaron la cabeza para mirarlo. Otra pared, no era más que ventanas de cristal desde el suelo al techo con largas cortinas naranjas. Unas puertas abiertas daban a vestidores y un baño mientras que otras dos estaban hechas de dorado metal pesado e ilustraban una ambientación de animales de todas las especies rugiendo al sol. En esta extravagante fantasía materialista faltaba la inmensa pantalla plana de plasma colgada en una pared, y el típico minibar.

Las dos muchachas asomaban sus cabezas como si él fuera un bicho raro que les producía diversión.

—¿Quiénes son ustedes? —Ellas se rieron nerviosas mirándose la una a la otra con diversión. Esto lo irritó—¿Pueden decirme dónde diablos estoy?

Avanzó hacia ellas y las adolescentes le sonrieron ampliamente. Su apariencia radicaba en un lienzo de colores vivos; una tenía el pelo, las pestañas y las cejas teñidas de azul, y la otra de verde. Sus largas cabelleras estaban trenzadas con flores, adornos de joyas falsas —eso creía—, y vestían cortos vestidos de gasa del mismo color que traían encima hasta el cansancio.

Beso de CenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora