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Dicen que las causalidades no existen, y que él pasara aquella noche con su auto por allí, cuando claramente tenía una única idea en mente, no lo fue tampoco.

Ella siempre creyó que él fue quien la salvó, que cambió su vida a partir de ese momento... Pero lo que ella no sabe, es que también salvó su vida aquel día.

*
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Hace un tiempo atrás...

Eran las tres de la madrugada, y él se había subido a su auto hacía quince minutos atrás, manejando sin rumbo aparente, hasta que aquella idea se formó en su mente devastada.

La vida le había dado los suficientes golpes, como para que tomara la decisión de acabar con ella de una vez por todas... Qué patético le parecía ahora, convertirse en la mañana en noticia por un suicidio.

Un suicidio más que sumaría aquel puente.

Pero antes de aquello, quería probar algo. Jamás había fumado en su vida, pero quería irse habiendo probado un cigarrillo.

Detuvo su auto en una despensa que estaba abierta a aquellas horas de la noche, y se bajó. No tardó más que unos simples segundo en comprar una cajetilla y unos cerillos, antes de regresar a su auto.

Tomó uno de los cigarrillos, y lo encendió, dándole una suave calada, antes de toser soltando el humo. Sabía asqueroso al gusto... Pero de todos modos volvió a hacer lo mismo.

Se apoyó contra la puerta del conductor, y volvió a darle una calada, mirando aquel sector de la ciudad, sin estar viendo realmente nada, con la mirada perdida.

Hasta que sus ojos visualizaron algo, a alguien en realidad, sentado en el suelo junto la pared de lo que parecía ser una casa abandonada, porque su aspecto era deplorable.

Tiró el cigarrillo en el suelo, y lo piso, antes de dirigirse hacia ella, porque era una mujer.

—Oye ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? —le preguntó estando frente a ella.

—S-Sí, gracias.

Frunció el ceño y se puso de cuclillas, observando más de cerca su cuerpo. Llevaba una falda tan corta, que incluso en esa posición se podía ver que no llevaba bragas, y sus medias de red estaban rotas, como si las hubiesen rasgado con rabia.

Miró sus rodillas rojas, raspadas, y los brazos y hombros con moretones.

—¿Noche difícil?

Ella levantó la cabeza, y le sonrió. Una sonrisa que no expresaba nada, acompañada de una mirada vacía.

—¿Tienes un cigarrillo para compartir?

Dante asintió con la cabeza y metió una de sus manos dentro su abrigo, sacando la cajetilla y los cerillos. Le dio un cigarrillo a ella, y cuando la jovencita se lo llevó a los labios, él lo encendió.

—Que caballero —sonrió.

Una sonrisa que sólo expresa lo harta, rota, que estaba de aquella vida.

—¿Quién te hizo esto? —le preguntó al ver los moretones en su rostro, su labio partido, y la sangre manchando su mejilla y mentón.

Tenía más moretones en el cuello, que bajaban hacia su pecho.

—Mi compañero se molestó un poco esta noche. Nada que una puta no conozca ya —sonrió soltando el humo suavemente.

—¿Cuál es tu nombre?

Lo miró a los ojos y sonrió, dándole una profunda calada a su cigarrillo.

—Mía.

...

Hasta que seas mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora