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―¡Dale, dale! Ahí lo están anunciando... ¡es él! ― Analía se acomodó en el sofá junto a su amiga, tomó el control remoto y subió el volumen.

Aldana se limpió las manos en su delantal de cocina y se puso al lado, tan abstraída como la otra muchacha. Con los ojos abiertos, estaban atentas a la noticia del momento: el regreso de Tobías Fernández Heink al país. Rodeado de periodistas, el joven radicado en Francia se mostraba arisco. A pesar de que su familia fuera una de las más ricas de Argentina, le desagradaba el chismerío y tener que lidiar constantemente con su fama de bon vivant, de chico rico, lindo y conquistador empedernido.

Las revistas amaban tenerlo en sus tapas; era el galán del momento, el príncipe sin corona al que las jóvenes de la high society aspiraban atrapar.

―Yo no puedo creer que vayamos a tener a ese papitirrungui de jefe. ―Analía la codeó con desparpajo.

―Shhh, quiero escuchar a ver si realmente va a caer en la oficina o qué. ―Cruzándose de piernas, Aldana, Dana o Danita, como le decían sus conocidos y familiares, tomó la botella de Quilmes Stout y bebió un sorbo ―. Puaj ¡está caliente!

―Te dije, pero vos estabas déle que te déle con el bollo de pizza. ―chilló su amiga.

―Bueno, silencio.

El vuelo había sido tedioso y ni siquiera viajó en primera, con vino y comida de lujo que le pudiera haber quitado el mal genio. Tobías no quería ni por asomo hacerse cargo de la empresa familiar, el laboratorio "Fármacos Heink", fundado en 1938 por su abuelo Franz y su tío abuelo, Björn. O como los llamaban en la familia, Franco y Bruno.

Hasta entonces se habían visto tan perjudicados como beneficiados políticamente; estableciéndose como una familiar de poder y alcurnia, Björn había fallecido sin descendencia, en tanto que Franco había tenido dos hijos a los que preparó en los mejores institutos y con los que viajó por el mundo siendo éstos muy pequeños. Tal había sido el caso de la madre de Tobías, Dolores Heink, quien falleció cuando él apenas tenía tres años, una mujer joven y bella, cuya partida había sido determinante en el carácter de su pequeño, el cual se encontró, además, con una media hermana apenas hubo pasado un año de la muerte de Dolores.

Cuando bajó en el aeropuerto de Ezeiza, con sus clásicos Ray-Ban ahumados, su valija negra con ruedas y vistiendo Ralph Laurent de cabeza a los pies, no estaba de ánimo para desmentir los rumores de romance con la actriz italiana multipremiada Isabella Yandisse o con la tenista croata Irina Padoloska.

Solo quería llegar a casa de sus padres, dejar el equipaje y reunirse con Jorge para determinar qué era aquello tan urgente que requería de su presencia inmediata en Argentina.

― ¿Es cierto que va a presidir la firma de su padre?

― ¿Cómo compatibilizará su vida en París con la que tendrá que llevar aquí?

― ¿Es cierto que ya piensa deshacerse de todo el directorio?

A una pregunta de los cronistas le continuaba otra. Él no tenía la más mínima idea de cómo se llevaba una empresa como esa; su especialidad era la crianza y venta de caballos y de jugar polo sobre uno.

Una de las mentes pensantes de "Fármacos Heink" era Mercedes, su media hermana. Recordar que se encontraría con ella después de ocho años le revolvió el estómago.

Agradeció a los periodistas por su labor y sin responder nada, subió al BMW negro que lo estaba esperando a la salida del aeropuerto.

―Buenos días, Tobías. ¿Qué tal viaje? ―El chofer de la familia Fernández le dio la bienvenida.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora