Epílogo

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La ceremonia se celebró en marzo del año siguiente, el mismo día en el que se conocieron, en la estancia de San Pedro, acondicionada para el evento que albergó a un grupo selecto de familiares y amigos.

Utilizaron la glorieta como altar, donde el Padre Jacinto les impartió su bendición, dispusieron sillas de madera para que se presenciara la unión y todos los arreglos florales fueron rosas blancas con una roja en el medio.

Aldana lució un vestido color marfil corte sirena con una gran cola y delicada pedrería en el escote, que diseñó y confeccionó Sofia Hurtvig especialmente para ella, contagiada por la felicidad de la novia. Estaba radiante, fresca, enamorada. Tobías, por su parte, llevaba un traje negro, con camisa blanca y moño, de la misma casa de modas.

A pedido de Aldana el festejo no había sido ostentoso ni un despilfarre de dinero; Tobías no pudo resistirse ante ese lado conservador y filantrópico de su futura esposa, a la que solo le interesaba, como a él, que los invitados estuvieran contentos y satisfechos.

Pocos medios de comunicación accedieron a la intimidad del festejo y se hicieron con una selecta cantidad de fotografías que los novios, en persona seleccionarían. En pleno carnaval carioca, Tobías y Aldana se escabulleron al establo sin levantar sospechas.

―No veo la hora de que todos se vayan para encerrarte en la habitación. ―Los besos fueron desesperados, urgidos. Debían tardarse poco y ser efectivos, cualidades valiosas en momentos como esos donde eran las estrellas del evento y cualquiera podía notar su ausencia. Tobías ayudó a Aldana a arremolinar su ceñido vestido en torno a su cintura, con cuidado de no romperlo y ser blanco de preguntas indiscretas.

―Shhh...calláte y ponéte en acción, ¿querés? ―Mandona, su sórdido pedido endureció la entrepierna de su reciente esposo, quien en una veloz maniobra la penetró con fiereza.

Fueron cinco minutos intensos, activos, en los cuales dejaron todo para satisfacerse. Tobías moría por bajarle el corsé del vestido para succionarle los pechos, pero no podía; ya se tomaría revancha más tarde.

Las piernas de Aldana de aferraban a las caderas masculinas, desde donde los empujes cobraban vida y se estrellaban en su gruta femenina. Susurrándose sobre la boca palabras de amor y promesas eternas, saciaron sus cuerpos momentáneamente.

Al recuperar la respiración, él arregló su moño, se dio aire con ambas manos y le quitó algunas pajas de heno del cabello a su flamante esposa. No sabía por cuánto tiempo podrían ocultar lo que acababa de hacer. Pero ¡qué más daba! ¡Estaban teniendo un adelanto de la noche de bodas!

―Sigo sosteniendo que todos deberían irse ya mismo a sus casas. Quiero tenerte en mis brazos y desnudarte toda. ―Jaló de su labio inferior, nunca tendría suficiente de Aldana.

―Amor, no seas descortés. Ya vas a tener toda una vida para desnudarme.

―Pero no para sacarte este vestido de novia tan sexy que te diseño Sofia. Te hace un culo delicioso y unas tetas de infarto.

―¡Y yo que decía que no eras romántico!―Se echaron a reír con fuerza.

Bailaron largo rato, bebieron y comieron hasta que el sol de verano comenzó a aparecer a las 6 de la mañana, despuntando sus rayos en el horizonte. Sin olvidarse de la tradición del ramo, Aldana amagó tres veces antes de arrojarlo por los aires.

―¡A la una, a las dos y a las tres! ―Todas las solteras se mataron por el ramo, incluida Analía, quien comenzó a gritar como loca cuando lo atrapó, sosteniéndolo en alto.

Aldana y ella se abrazaron en tanto que Tobías codeó a su amigo y, entre risas, Giovanni levantó las palmas de sus manos.

―¿En serio se viene el casorio?

―Nunca digas nunca...―respondió el rubio, perdiéndose en la alegría de esas dos mujeres que tanto bien les hacían a sus vidas.

***

Diez años después...

―¡¡¡Vamos Lola, lo estás haciendo muy bien!!! ―Aldana felicitaba a su niña a lo lejos mientras montaba a "Sombra", la hermosa yegua de competición que su padre le había regalado cuando cumplió tres años, cinco atrás.

Asentando residencia definitiva en San Pedro, cerca de las amistades y desde luego, más próximos a la familia de Aldana, disfrutaban de la tranquilidad de la naturaleza.

En ese lugar que los hacía tan felices habían nacido sus tres hijos y tenían otro en camino, habiendo encontrado su lugar en el mundo. Sin descuidar los negocios en Francia, Tobías, como siempre, era el que viajaba con frecuencia en tanto que Aldana se quedaba con los chicos, siendo ayudada por dos muchachas que le colaboraban con su cuidado. Sin Fátima, fallecida a poco de su boda, Pina todavía cocinaba para el batallón familiar.

 La niña de cabello color azabache y ojos redondos y azules, tenía una conducta de entrenamiento sorprendente; metódica, educada, era un fiel reflejo de su madre, en tanto que sus hermanos varones, de seis y tres años, Rafael y Mateo respectivamente, eran dos morenos de ojos rasgados color turquesa, sumamente descarriados, que subían a sus caballos sin montura, descalzos y jugando a que eran jinetes de doma.

―Es toda una señorita. ―Aseguró Tobías, abrazando a Aldana por detrás. Cada vez le costaba más rodearla, su barriga crecía y crecía.

―¿Se durmieron los chicos?

―Después de una guerra de almohadas, sí.

―¿Seguís pensando en armar tu propio equipo de polo después de eso?¡Son indomables e inagotables! ―Ella giró pasándole sus manos por detrás de la nuca.

―Mientras me sigas dando hijos tan preciosos como ellos, ni loco me resigno. Al contrario, más y más niños quiero tener.

―Se nota que vos no ponés el cuerpo, ¿eh? ―protestó ella, con tono de broma. Siendo bendecida por Dios, hasta el momento había llevado unos embarazos gloriosos, tres partos naturales en la semana treinta y nueve y en esa misma casa, asistida y sin complicaciones.

―Lo sé, ¡pero me gusta tanto formar parte del proceso de creación! ―Ella le dio una cachetadita en la nalga y le mordisqueó los labios ―. ¿Cómo te sentís?

―Hoy me levanté con mucho dolor de cintura y todavía me faltan ocho semanas. Creo que Augusto va a nacer con treinta kilos. ―bufó, sus tres embarazos anteriores la habían tenido pariendo criaturas que promediaban los cuatro kilos de peso.

―Estás y sos hermosa...―Le mordisqueó el cuello, con ansias por tener un encuentro íntimo que con niños alrededor, se hacía difícil. En cada embarazo ella se ponía sumamente radiante y receptiva a sus caricias y él, más que gustoso de complacerla. Inventaban posturas, ensayaban caricias y se decían palabras subidas de tono que renovaban la pasión constantemente ―. Gracias, mon amour.

―Gracias ¿por qué?

―Por hacerme inmensamente feliz, por haberme dado el papel más grandioso del mundo: el de ser padre. ―dijo, emocionado. Ella le cercó el rostro con sus manos y le dio un beso en las mejillas, con la enorme panza entre ambos. Le recorrió las primeras arrugas de su rostro moreno con la punta de sus dedos y acarició esas hebras de cabello plateado que ya asomaban en sus parietales, las cuales la excitaban demasiado.

Ella también deseaba tener tantos hijos como les fuera posible, todo lo que hacían entre los dos era mágico, sublime y sus niños eran el fiel reflejo de ello.

―Mi pura sangre, te amo.

―Yo también te amo, mi hermosa aventura.

Se besaron tiernamente, con ese amor inmenso y grandioso que habían sabido construir y con plena certeza de que llenarían esa casa de muchos hijos más.

FIN

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora