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Llegó a su casa con una sonrisa tonta que no tenía desde la adolescencia. No le importaba que su secretaria hubiera sacado ventaja del juego ni que se hubiera aprovechado de su explicación y altruismo. Ella neutralizaba a ese hombre malhumorado y salvaje que llevaba dentro y darse cuenta de eso lo abrumó tanto como le agradó.

Envuelto en un sinfín de emociones fue hacia su habitación, se dio una ducha para quitarse el cansancio del día y se fue a soñar con los angelitos que, de seguro, tendrían el rostro de Aldana.

Mercedes escuchó que su medio hermano llegó y a través del rabillo de la cerradura, lo vio entrar a su cuarto, no sin antes ver que llevaba la misma ropa que al momento de la foto. Florencia no le había mentido y eso la enardeció; le valdría derramar muchas lágrimas.

Al día siguiente, Aldana se levantó rejuvenecida. Se armó un buen vestuario, clásico, de camisa blanca y pantalón de vestir negro. Le gusto lo que vio. Caminó hasta la estación Los Incas del subterráneo y bajó treinta minutos después en la estación Leandro N. Alem de la línea B, como cada mañana. Era demasiado temprano y el sol apenas era un reflejo a lo lejos. Estaban a una semana del feriado puente del primero de mayo.

Antes de subir a la oficina se detuvo en el kiosco a poco del edificio, compró un paquete de galletitas "Merengadas" y a punto de abonar, vio que la vendedora Lily tenía un racimo de llaveros colgados en un extremo de la caja. Divisó uno pequeño, de la bola número 8.

―¿Cuánto sale? ―preguntó, aceptó el precio y lo sumó a la cuenta.

Llegó a su escritorio, acomodó sus cosas y se preparó el café como a diario. Analía avisó que llegaría más tarde porque debía hacerle un trámite en la AFIP al padre, por lo que por un momento gozó de la soledad de la oficina.

Inquieta por tener ese llavero en las manos, hizo una notita con prolija caligrafía: "Por muchas más partidas de pool", la cual dobló en dos partes.

Con picardía, se escabulló en la oficina de su jefe y dejó el papel junto al llavero. No era un obsequio extravagante ni costoso, era un simple recuerdo que no esperaba que llevase a cuestas, en sus llaves ni en ningún lado.

Era un modo de agradecer por lo sucedido la noche anterior y mofarse de su pillería con respecto al juego.

Apenas salió del despacho se topó inesperadamente con el destinatario de su regalo.

―Hola, buen día Tobías. ―Ya era viernes y esa camisa a finas rayas celestes bajo su sweater de Bremer color negro y el jean informal, ligeramente gastados en los muslos, le quedaban pintados.

―Hola Aldana. ¿todo en orden?

―Claro que sí.

Él no le dio un beso, solo le guiñó el ojo y pasando a su lado fue hacia su escritorio donde encontró aquel significativo objeto que ella acababa de dejarle.

―Sé que no tendría que habértelo dado acá, pero me acordé de vos y...

―Oh...es...

―Una grasada, ¿no? ¡Perdón! ―Como locomotora fue hacia el escritorio, avergonzada por haber dejado esa baratija a su alcance. Él vestía trajes de primera línea, confeccionados a medida, manejaba autos de lujo y tenía un piso en París. Ese regalo nada tenía que hacer en sus manos.

―¿Qué haces? No...no...esto es mío. Los regalos no se devuelven, ¿no te lo enseñaron de chiquita? ―Lo tomó entre sus manos, esquivándola.

―No va con tu estilo.

―¿Y cuál sería mi estilo según tu forma de ver las cosas?

―Fino, elegante, distinguido. Un llavero de Yves Saint Laurent, por ejemplo. ―Ejemplificó con una pronunciación exquisita que revolucionó la entrepierna de Tobías. Nunca la había escuchado hablar francés y para su sorpresa, fue sumamente erótico.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora