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Se maldijo por haberse comportado como una troglodita, se ofuscó por haberse dejado engañar por la falla sistemática de su cabeza al pensar que su jefe estaba mirándola de un modo particular y se sentía una tarada absoluta por caer más bajo que Felicitas.

Habló con Analía por dos horas, quien le agradeció por haber adelantado trabajo y prometió cuidarle al puesto, aunque más no fuera por un día.

Tobías hablaba animadamente con Iris, esa morena con sangre brasileña que movía las caderas como nadie y con la que se encontraban en París de vez en cuando. Por más de una hora conversaron de su estadía en Francia, de sus negocios lejos de casa y la presidencia de esa empresa.

―Si antes las chicas te codiciaban, ahora que sos oficialmente el presidente de este imperio no te van a dejar respirar. ―Se mofó mientras le hacía masajes en los hombros.

―¿A qué hora le dijiste a tu amigo que íbamos a estar por allá?

―En media hora más o menos.

―Entonces tendríamos que ir arrancando, porque si no, me voy a quedar dormido. ―Tobías se puso de pie y le dio un beso en la boca que descolocó a Iris.

―¿Y eso a cuenta de qué viene?

―A cuenta de que viniste enseguida, apenas te lo pedí. ―Le delineó la barbilla redonda con el dedo índice.

―Te voy a hacer favorcitos más a menudo entonces.

―Me interesa tu propuesta. ―Saliendo de la oficina, apagó las luces y bajaron por el ascensor, donde se trenzaron en un duelo de lenguas y besos calientes.

―No te gastes todo el combustible ahora, campeón.

―¿Te pensás que un par de besos bajan mi rendimiento?

―Tenes razón, menino. Vos sos insaciable. ―Juguetearon un rato más a sabiendas que nadie entraría a las nueve de la noche en un ascensor que iba hacia el estacionamiento del edificio.

Robándose toques, se marcharon por la salida auxiliar, llamaron un taxi y se dirigieron hacia Avenida del Libertador. A la altura de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, por Recoleta, se detuvieron a una cuadra de la Avenida Pueyrredón. Bajaron en una casona aristocrática, blanca e impecable, que bien podía pasar como una embajada y no como un club nocturno donde hombres y mujeres buscaban mera y plena satisfacción sexual.

Llevándolo de la mano, Iris se pavoneaba con ese morochazo argentino, con un dejo de acento parisino y forrado en plata que era una bestia en la cama.

No había mujer que no se volteara a verlo y a Iris, eso le inflaba el pecho de orgullo.

―Mañana, a varias le van tener que poner el cuello en su sitio. Diagnóstico: tortícolis. ―Fue graciosa; él era plenamente consciente del poder de seducción que desprendía su mirada oscura, de su andar seguro y fina estampa.

No era el típico carilindo rubicundo de ojos claros salido de una novela de las dos de la tarde, por el contrario, era dueño de un par de ojos negros y pestañas de igual color, cabello oscuro y lacio, piel dorada y morena, altura superior a la media y con un cuerpo trabajado y atlético, permanentemente en forma.

― ¡Iris, cariño! ―La saludó Camán, su amigo ―. ¡Pero qué sorpresa tener acá a este bombonazo! ―El hombre con rasgos árabes, ojos oscuros y redondos, y delgado, le extendió la mano a Tobías ―. Es un honor que te haya traído a nuestro templo de placer.

―Un gusto conocerte, Camán. Le pedí a Iris que me llevara al club más privado y exclusivo de la zona y me condujo hasta aquí.

―Una vez que venís, no te querés ir más. Acá podés encontrar lo que quieras, como lo quieras y las veces que quieras.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora