Tomó una ducha, se puso unos pantalones anchos de algodón y una remera floja con un enorme mandala estampado en el pecho. Sacó una cerveza de la heladera y puso salsa de tomate a una prepizza que ella misma amasó, para cuando sonó el timbre de su departamento. Miró la hora: 9:30 de la noche.
¿Quién caía a esta hora? Odiaba las visitas inesperadas.
Lamentó no ser propietaria de un departamento moderno en el que tuviera un artefacto que monitoreara la entrada. Decidió no atender.
La insistencia de quien estaba abajo terminó por resultarle molesta.
Continuó con la misma postura hasta que recibió un llamado de su jefe al teléfono.
―¿Tobías? ¿C...cómo estás? ¿Analía no te pudo dar una mano con algo? ―Preguntó sin respirar.
―Hola Aldana, por el contrario, Analía estuvo a la altura de las circunstancias. Te llamo por otra cosa.
―Decíme. ―respondió, dubitativa.
―¿Estás en tu casa? ―Aquella pregunta la desorientó.
―S...sí.
―¿Ya cenaste?
―Estaba preparándome algo... ¿por qué?
―Porque estoy en la puerta del edificio donde vivís y se ve que el timbre no te anda porque toco y toco y no atiende nadie. ―El viento era fuerte y se estaba congelando, pero obvió decírselo para no hacerla sentir culpable.
―Sí...está funcionando raro...―Mintió ella ―. ¿Estás abajo? ¿En serio?
―Sí y con comida caliente. O lo que el viento haya permitido.
―Ahora voy. ―Colgó sin saber por dónde continuar.
¿Qué hacía su jefe en la puerta de su casa? Sea por lo que fuera no podía ser descortés. Rápidamente se enfundó en los primeros jeans que tuvo a mano y se colocó el abrigo sobre la remera enorme. Agradeció haber limpiado durante el día. A toda prisa se calzó sus zapatillas, apenas las acordonó y a paso vivo correteó por las escaleras hasta que llegó, casi sin aire, a la planta baja.
―Ho...hol...hola...―saludó agitada ―. No quise hacerte esperar...―Ella lo invitó a pasar entre bocanada y bocanada de aire.
―Perdonáme que vine sin avisar. Pensé que no te molestaría, aunque pensándolo mejor, quizás tenías algún plan y caí justo... ¡qué vergüenza! ―Hablando en voz alta, con los pensamientos que iban y venían dentro de su cabeza y la bolsa de comida en la mano, se sintió un inexperto.
―Esta todo bien. Eso sí, lamentablemente no hay ascensor.
Conversando poco para no perder el aire, llegaron a la tercera planta. Aldana se sintió muy expuesta y vulnerable al mostrarle su casa a su jefe, sabiendo que éste estaba acostumbrado a la belleza parisina, la opulencia y el glamour.
Al entrar, él le entregó la bolsa que, por suerte todavía conservaba el calor.
―Son dos filetes de ternera con guarnición, supuse que las papas fritas te gustaban.
―Me encantan, ¡gracias por la molestia! ―Llevó al paquete a la cocina mientras que Tobías se quitaba el abrigo y se adentraba a la sala, compacta y sin tantos muebles, pero muy acogedora.
Le gustó lo que vio: una torre con CD's en una esquina, una TV de mediano tamaño, delgada, relativamente moderna, un sofá estrecho y una mesa baja sobre una alfombra de yute. Nada sobraba ni parecía faltar.
Dana moría de vergüenza; tenía a su jefe en la sala de su casa mirando sus cosas y aunque no tenía nada que esconder, al menos en ese aspecto, se sintió extraña.
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"Pura Sangre" (Completa)
RomanceTobías es un atractivo y carismático empresario dedicado a la cría de caballos Pura Sangre en Normandía, Francia. Tiene una acomodada vida en París, hasta que su padre lo convoca para ocupar la presidencia de la firma familiar, un reconocido laborat...