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― ¿¡Qué!? ―Teresa se llevó las manos a la boca, con horror ―. ¿Qué estás diciendo? ¿Sabe el doctor Tudesca que estás diciéndonos esto? ―Se le acercó a su esposo, tomándolo de las manos.

―Precisamente él me autorizó a hacerlo. Creyó que era conveniente para todos asumir lo que sucedía.

Mercedes se levantó de su silla como resorte en dirección hacia él, lo abrazó, siendo más efusiva que nunca. Poco adepta a las demostraciones de afecto, no dudó en compartir su tristeza y hacerlo sentir un tanto más querido al hombre que estaba más cerca de la muerte que de la vida.

Tobías bajó la mirada, absorbiendo el impacto. ¿Cómo era posible que su papá estuviera por morir? ¿En qué momento su enfermedad había pasado de ser un simple "silbidito en el pecho" a convertirse en un estado terminal? Jorge no esperó que su primogénito se fuera en llanto, mucho más después de la discusión que habían tenido cuando Tobías se marchó, pero admitió que le hubiera gustado tocar su fibra íntima.

Lo vio, aferrado a los brazos del sillón, con cara de desconcierto. Lo entendió y por eso no lo obligó a actuar de inmediato. Reconoció mucho de su suegro y abuelo del muchacho, Franco Heink, en su modo de reaccionar ante lo inevitable: un poco distante, frío y muy analítico.

―Perdón...pero necesito ir a tomar aire. ―El muchacho avanzó hacia la puerta y a escasos metros de salir del despacho, Mercedes se le fue al humo, interrumpiendo su paso.

― ¿Qué te pasa, Tobías? Papá acaba de decir que se está por morir y vos te vas así nomás "a tomar aire". Sos el mismo egoísta de siempre, no cambiás más. ―Le golpeó el pecho con sus puños pequeños.

―Mercedes, estoy muy afectado y no sé qué decir. Dejá de mezclar las cosas. ―La tomó por las muñecas con firmeza y la atacó duramente con esos ojos oscuros e intimidantes que infundían molestia ―. Voy a ir al parque a dar una vuelta, acabo de poner un pie acá después de más de doce horas de vuelo, estoy con un humor de perros y papá soltó eso sin anestesia. Necesito que el viento me golpeé la cara para hacerme comprender con sabiduría.

Mercedes ablandó el gesto, dándole la derecha en su actitud.

―Volvé rápido.

Tobías asintió con la cabeza y le dejó las manos junto a su delicado cuerpo. Ella pretendió un poco más de calor de su parte, pero sabía que Tobías necesitaba tiempo y espacio y estaba dispuesta a concedérselo.

Él salió de la casa familiar y comenzó a caminar por la extensa superficie de gramilla mullida y prolija. Bordeó la pileta, como cuando era un niño que desafiaba las juntas de las baldosas sin pisarlas e inclinaba su cuerpo para reflejar sus muecas graciosas en el agua. Tomó un cigarrillo, lo encendió y dio una calada larga. Luego, exhaló con fuerza y sintió que en su pecho una horrible tristeza lo dejaba mudo.

De pie, su metro ochenta y ocho flameaba sobre el manto cristalino que le devolvía la piscina.

El crujido de las hojas sobre el césped le advirtió que tenía compañía; su padre apareció por detrás. Tobías quiso evitar que lo viera llorar, pero le fue imposible.

Volteó de golpe y como un niño, se escabulló en el pecho de Jorge buscando el consuelo que nunca más tendría.

―No quería decirlo hasta no estar seguro. Los últimos análisis dieron muy mal, y para serte sincero, a mí también me aturdió cuando Tudesca me dio dos meses. Fue categórico y quizás, hasta generoso con el plazo.

―Papá...vos no...―Continuó llorando como lo hizo treinta años atrás.

―Lo único que lamento es que no voy a poder conocer ningún nieto.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora