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Flashback

Despertó con un malestar horrible en la boca del estómago. Se incorporó con dificultad, la cabeza le daba vueltas y las náuseas revoloteaban en su garganta. Fijó sus ojos en la habitación, allí donde había pasado sus últimos días, ya había perdido la cuenta de cuántos, encerrada, satisfaciendo a Juan José hasta que se cansaba de ella, se drogaba y la obligaba a consumir unos calmantes para apaciguar el dolor de sus embestidas y golpes.

Se puso de pie; ese cuarto olía espantosamente mal. Le dolía la espalda, todo el cuerpo. Se llevó la mano al labio, la sangre seca y la inflamación daban cuenta de la cantidad de horas que habían transcurrido desde la paliza.

Llegó a la puerta a los tropezones y para su sorpresa, descubrió que estaba abierta, sin llave. Un pesado silencio y la oscuridad de la sala daban cuenta que la fiesta había terminado, ya no había nadie, todo estaba hecho un caos, la droga esparcida por doquier, botellas de alcohol por todos lados, era un desastre con mayúsculas.

Sosteniéndose el brazo, muy dolorido, avanzó. Le ardía la espalda, le quemaba la tela de buzo sobre la piel. Intentó enderezar la vertical, los huesos le crujieron y el ardor se profundizó. La comezón bordeaba lo insoportable, pero el hombro le dolía tanto que ni siquiera lograba rotarlo para rascarse o verificar su estado.

En esa casa no había espejos por lo que no se pudo más que observar en el reflejo lejano del cristal de una de las ventanas. Lucía desastrosamente.

Aturdida, con un dolor de cabeza penetrante y ganas constantes de vomitar, fue a la cocina. Preservativos usados, otros aun en los paquetes desperdigados en el piso, colillas de cigarrillos aplastados dentro de la pileta, el desorden era una el denominador común en esa casa. Abrió la canilla buscando agua, pero no salía ni una gota; en el baño la cosa no era distinta. El inodoro era un espanto, con todos los desechos obstruyéndolo.

Una arcada murió en las puertas de su boca porque ni siquiera tenía un lugar digno donde vomitar.

Sin embargo, nada se comparó cuando abrió la segunda habitación, al otro lado del pasillo cuando se encontró con el horror en su máxima expresión: Juan José estaba tendido sobre un charco de sangre, inmóvil, con los ojos abiertos, fijos hacia el techo.

Ella no aguantó las náuseas y vomitó de lado.

―Juan...Juanjo...―Aldana mantuvo cierta distancia por miedo, por impotencia, por aturdimiento y porque, en el fondo, algo de cariño y lástima por él sentía―. Juan...despertáte, no me hagas esta broma...―. Pidió con un hilo de voz, rasposo, que sus cuerdas vocales resecas apenas dejaban salir.

Efectivamente, estaba muerto. El respaldo de la cama tenía una pincelada de sangre, como si se hubiera roto la cabeza. De repente el sudor frío acompañó a la adrenalina. La palabra "asesina" cruzó por su cabeza.

Era la única que estaba en esa casa, con un muerto, era obvio que la policía la culparía.

Arrastrada por el instinto de supervivencia, fue hacia el cuarto que había ocupado minutos atrás, recogió sus ropas y dado que estaba en bombacha, se puso unos jeans y sus zapatillas Converse. El corazón amenazaba con salírsele por la boca, ¡Qué mierda! Estaba sola con un cadáver, con el cuerpo sin vida de Juan José al lado, sin saber cómo habían sucedido las cosas.

Forcejeó con la puerta de la sala y logró salir a un pasillo. Hizo un sesudo esfuerzo por recordar cómo y cuándo había llegado allí por última vez, hasta que lo logró: no era el departamento de Juan José, era un lugar que alquilaban para jugar póker, drogarse y tener sexo de a varios, donde ella era ofrecida como un trofeo.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora