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Ella notó que un par de brazos fuertes y cálidos la envolvían y no quiso salir de allí; elevó su barbilla y subió los ojos en cámara lenta, deteniéndose en esa mirada oscura en la que crepitaba el deseo. Él dejó una de sus palmas sobre la mitad de la espalda femenina, arrugándole la campera que la cubría y con la otra mano le ordenó unos mechones de cabello rebelde que divagaban sobre su frente. Dana mantenía sus puños cerrados contra el pecho firme y rígido de Tobías. El perfume de él era intenso, único, la acariciaba tanto o más que la brisa.

―Ahí vino el taxi. ―anunció él, suplicando al Dios con el que tantas veces discutía que ella le pidiera que la besara, que le diera señales claras de sus intenciones. Necesitaba imperiosamente su consentimiento para ir más allá.

Aldana cerró la boca y giró sobre sus botas de caña corta para subir al vehículo. Él se ubicó junto a ella y una vez dentro del coche, le buscó la mano. Dana le miró los nudillos y se los llevó a la boca para rozarse los labios con esa porción de piel más áspera. Luego, se acarició la mejilla derecha.

Ese acto íntimo, sensual y despojado de morbo, lo hizo temblar.

Él, un hombre fuerte que desde niño lidió con la temprana muerte de su madre estaba siendo vulnerado por otra mujer.

Él, un nene consentido y caprichoso acostumbrado a tener la última palabra quedaba en silencio ante una simple exhalación.

Él, un tipo de mundo, exitoso, un animal salvaje en la cama, se comportaba como un gatito abandonado en un refugio.

La secretaria sospechaba que haciendo eso daba inicio a un juego que no estaba segura de cómo continuar; él no era un tipo tolerante que se caracterizara por el romance. Había sido claro con el tema y ella fue testigo de su esencia de depredador serial. Entonces, ¿qué podía esperar más que un revolcón? Era un bambi al lado de un león. Él se cansaría de ella, de sus miedos, de sus inseguridades. Él era como el rey de la jungla que tomaba sin miramientos, elegía y se abalanzaba sobre su presa sin piedad.

Sin embargo, en pleno uso de sus facultades mentales, consciente de la cercanía y las miradas provocativas, Aldana fue libre de hacer lo que se le viniera en gana después de tanto tiempo de sentirse incompleta.

Por primera vez notaba el modo en que el corazón le galopaba cuando lo tenía cerca. Cuando lo escuchaba hablar, su tono sereno y de barítono le resecaba la garganta. Sus manos grandes, prolijas, hablaban de protección.

Subió sus ojos azules centrándose en ese par oscuro que intentaba leerle la mente y desnudar sus pensamientos antes que a su cuerpo.

Tobías no hablaba, llegando a un acuerdo con su razón. La cortejaría, le daría su espacio. Quería ganársela en buena ley, aunque eso significara abandonar hábitos y costumbres con los que se sentía a gusto: fiesta, mujeres desconocidas y no tanto, sexo casual y arrebatado, vivir al límite de lo permitido.

Cuando llegaron al hotel lo hicieron en completo silencio y esperaron el ascensor uno al lado del otro, con los dedos unidos bailoteando entre ellos. El trayecto hasta el piso de la habitación de Aldana fue eterno. Bajaron los dos juntos.

Ella no quería soltarlo, tampoco estaba preparada para dar el próximo paso; todavía faltaba mucho por hablar y sentirse cómoda, para exorcizar sus fantasmas.

Quizás la juzgaría por su pasado, no comulgaría con el hecho que no era perfecta como todas sus conquistas. Debía estar preparada para el rechazo.

Llegaron a la puerta de su habitación, ella le soltó la mano a disgusto y antes de abrir, giró quedando de espaldas a la entrada del cuarto. Tobías apoyó la palma de su mano izquierda próxima a la cabeza de ella y con el dedo pulgar le bordeó el mentón.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora