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Dana y Analía, a dos pasos detrás de los jefes, solo podían ver sus espaldas. Tanto Tobías como su amigo lucían impecables trajes Armani; el más alto por escasos centímetros era el rubio, vestía chaleco y de la presilla de su pantalón pendía una cadenita que se enganchaba a su bolsillo. Dana supuso que llevaba un reloj, algo tan anticuando como distinguido. Analía la sorprendió mirándole el culo; apetecible, la tela se tensaba entre sus nalgas.

El hijo del jefe en cambio, portaba un traje azul marino y una camisa blanca desabrochada en los primeros dos botones, algo que le entregaba un aspecto más informal y jovial. Superaba el metro ochenta muy fácilmente, calculó Dana, que alcanzaba el metro setenta.

De súbito Jorge terminó de hablar y dio un paso hacia atrás pisándola accidentalmente. Amable, el hombre pidió disculpas y se puso a su lado. Le tomó la mano y le besó los nudillos. Él era un hombre gentil, amable, paternal.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, admiraba a ese hombre que la había rescatado de una vida miserable.

―Por favor, ayudá a mi hijo, ¿sí? ―Le susurró al oído con un hilo de voz, como si le entregara su propia vida, y ella asintió con la cabeza. Había llegado el momento de devolverle todos los favores.

―Por supuesto, no hacía falta ni que me lo dijera.

― ¿No me vas a tutear ni siquiera en el último día de trabajo? ―Como si fuera una chiquita, le pellizcó la mejilla.

Para entonces, su hijo giró y vio aquel gesto que no supo cómo interpretar.

Tobías Fernández Heink era de cabello negro, mirada oscura y profunda. Ella sintió que el rubor le trepaba por el cuerpo hasta asentarse en sus marcados pómulos cuando recibió ese par de ojos fulminantes.

Los aplausos cesaron y tras un último agradecimiento de Jorge, los empleados ocuparon sus puestos nuevamente. El jefe, aun en el cargo, invitó a Dana y a Analía, Omar Numberg, jefe del sector de contaduría quien trabajaría junto a Giovanni; Natalia Presta, de Recursos Humanos, Paulina Fraga, encargada del área de producción, Manuel Farrazena, jefe del laboratorio y quien trabajaba con Mercedes, ausente sin aviso, Laura Holmes, del sector de prensa y publicidad, su hijo Tobías y Giovanni Carbone, que se acomodaran en su despacho, rodeando la mesa ovalada de cristal.

Aldana no podía dejar de temblar, la desequilibraban los cambios y más cuando estaban relacionados a lo único estable en su vida: su trabajo. El hijo de su jefe y futura autoridad, era un hombre muy serio, de semblante recio, quizás con mal genio, muy reconocido por su apego a la noche y la fiesta. Sin proponérselo, tomaron asiento uno al lado del otro.

―Ya tendremos tiempo de hablar con los restantes, pero hoy quería, básicamente, presentarles a Aldana Antur y Analía Monasterio, mi secretaria principal y secretaria sustituta y telefonista, en ese orden. ―Resumió Jorge a los dos novatos, señalando a Aldana en un escalón por sobre su amiga en cuanto a responsabilidades ―, y claro está a ellos también. ―Participó a los restantes, con nombre y apellido junto a su cargo.

Tobías asintió al igual que Giovanni, ubicado justo en frente de su amigo.

Aldana extendió los brazos sobre la mesa colocando su agenda por debajo de sus manos; Tobías miró por sobre su hombro y con discreción, recorrió la piel blanca inmaculada de esa muchacha. Sin dudas, lo suyo no era tomar sol.

Debía reconocer que era una muchacha bonita en todo el sentido de la palabra: ojos azules y grandes, cabello castaño con tintes rojizos y gran esbeltez. Llevaba apenas un poco de maquillaje que acompañaba la tersura de su cutis y las pecas que rodeaban su nariz.

No lucía sortija de matrimonio, aunque eso no debía asustarlo: él estaba con mujeres casadas sin pudor siendo ellas, las responsables por su propio estado civil. Sin embargo, tenía bien en claro que el día que contrajera matrimonio, a pesar de que a sus treinta y tres años dudaba que ese momento tocara su puerta, dejaría las andanzas.

"Pura Sangre"  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora