Contigo

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Llevaba dos días durmiendo en aquella mecedora junto a la cama de Daryl, observando cualquier mínimo cambio en su respiración, tomando su pulso para sentirlo cada vez menos errático y viendo cómo el tono de su piel volvía poco a poco a la normalidad. Tom había venido hacía ya unas horas y antes de que anocheciera volvería para inyectarle la medicación y comprobar que todo iba como debía, pero, por el momento, todo iba bien.

Todo salvo su impaciencia porque despertara de una vez, por saberle al fin a salvo, por dejar de echarle de menos a pesar de tenerle al lado.

Se levantó de la silla con una taza de caldo de verduras aún humeando entre las manos y se acercó a la ventana para descorrer la cortina.

Llevaban casi cuatro días allí y aún no había puesto un pie fuera de aquella casa. No había cruzado palabra con nadie que no fuera el médico y, por supuesto, Emma, Agatha y Chloe. Le caían bien e intuía que ella también les caía bien, que les despertaba cierta ternura, un poco de la lástima y una inexplicable admiración.

Sabía por ellas que todos los que allí vivían ya estaban enterados de su presencia en su casa y, también, de los motivos, y todos lo habían aceptado sin preguntar demasiado. Es más, habían venido a traerles un poco de más comida y a ofrecerse por si es que necesitaban algo.

Y es que, si todo lo que Emma y Agatha le habían contado era cierto, aquella comunidad era ciertamente admirable.

Sopló el caldo para tratar de enfriarlo un poco.

Verduras, sonrió al pensar. Chloe le había dicho que eran las que ella misma había recogido en la huerta pues, aunque aún era demasiado pequeña iba por las mañanas a ayudar al matrimonio que vivía justo enfrente y que tenía al menos un par de hectáreas de cultivo.

Así funcionaba todo. Cada uno había creado su propio oficio, alejándose por completo de su vida anterior o cambiando un poco lo que ya sabían para adaptarlo a aquella situación. Al parecer llevaban allí casi desde que ocurrió todo, algunos desde antes incluso pues... habían habitado lo que antes fue una aldea ya preparada para no necesitar más recursos que los que da la propia naturaleza.

Luego, cada uno ofrecía lo que tenía a cambio de un trueque por lo que necesitaba y así sobrevivían, como en una pequeña ciudad de la Europa medieval.

-Mmm...- cortó el sonido los pensamientos de Carol, que se giró hacia la cama para ver a Daryl removiéndose ligeramente sobre el colchón.

-Hey...- se acercó y dejó la taza sobre la mesilla de noche para poder sentarse al borde de la cama junto a él.

-Agua- pidió sin llegar a despertarse del todo.

Carol miró a ambos lados de la habitación, buscando la jarra, pero no la encontró. Emma debía habérsela llevado para rellenarla y no se habría acordado de traerla, pero ella se negaba a ir corriendo a la cocina a buscarla, porque eso implicaba separarse de él y no quería.

-Espera- fue rápida al pensar y cogió su taza de caldo mientras le levantaba la cabeza para ofrecérsela. -Ahí está- sonrió al verle abrir los ojos al fin. -Eso es- susurró.

Daryl bebió sin prestar atención a nada que no fuera aquel líquido que, por segundos le calmó la sed y le templó el cuerpo y, por otros, lo revolvió por completo. Apartó la taza de un manotazo que no controló y le sobrevino una arcada a la que tampoco supo hacer frente.

Llevaba demasiados días sin comer nada, demasiados inconsciente, y había tomado aquello con tanta ansia que su cuerpo no había tardado nada en rechazarlo.

-Cuidado- ya era tarde, pero fue lo único que le salió decir antes de soltar la taza para ayudarlo a incorporarse un poco más por si es que finalmente necesitaba vomitar.

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