Poner orden

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Chloe sacudió sus manos llenas de tierra y recogió las tijeras de podar antes de acercarse al cobertizo.

-¿Qué hora crees que es, Susan?- le preguntó.

-Pues...- la mujer, que antes del apocalipsis jamás antes había variado su ruta de casa a la oficina y de la oficina a casa... que se había pasado cincuenta y tres años llevando una vida absolutamente monótona y aburrida... ahora allí era quien mejor controlaba la tierra, el sol y las lunas.

Había algo innato en ella, algo que siempre había estado ahí oculto y que solo allí había brotado.

Para Susan, como para todos, había sido horrible levantarse un día y descubrir que el mundo tal y como lo conocía había acabado. Se desmayó al ver al primer caminante y vomitó todas y cada una de las veces que tuvo que matar a uno. Un horror que hizo buena a la peor de sus pesadillas, pero... ahora cada día sentía que debía dar gracias al universo por ello, porque ahora podía descalzarse cuando quisiera, tocar el suelo que nunca antes había pisado, olvidarse de lo que valía el dinero y recibir cada cosa con una gratitud que la hacía sentir más feliz de lo que había sido jamás.

-Son pasadas las cinco- terminó diciendo,- ¿por qué?- aunque se dirigió a la niña, no dejó de mirar hacia el cielo.

-Por nada- torció ella el gesto. -Bueno... es que...- fue a llevarse la uña a los dientes para mordérsela en un gesto nervioso, pero paró a mitad de camino al recordar que estaba llena de tierra. -Voy a terminar de recoger los brócolis y me vuelvo a casa, ¿vale?- sabía que no necesitaba su permiso ni para estar allí ni mucho menos para irse, pero igualmente le preguntaba cada vez.

-Mejor... vamos a lavarnos directamente las manos y yo te acompaño- intuía que algo le pasaba desde que había llegado por la mañana, pero no terminaba de saber el qué.

-No, no...- fue a decir, pero el gesto de la mujer y sus ganas de llegar a casa la obligaron a callar. -Bueno... Vale... Gracias- sonrió.

-A ti, bonita mía- besó su frente con absoluta ternura y volvió a entrar al cobertizo.

El huerto que tenía con su marido estaba prácticamente al otro lado de su casa y, por ende, también de la de Chloe así que, como poco, tardaban casi media hora en llegar, pero... aquella tarde la pequeña decidió echarle un pulso al tiempo y ganó. Aunque eso fue a costa de casi asfixiar a Susan, que se pasó todo el camino corriendo tras ella.

-¡Hola, mami! ¡Hola, mamá!- gritó por inercia en cuando entró al fin en el salón, aunque no estaban las dos.

-Hola, tesoro...- susurró Emma, apartando un segundo la mirada de Carol, que hacía apenas unos minutos que había logrado quedarse dormida en el sofá.

-¿Ha vuelto?- necesitó saber.

-No- se levantó y se acercó a su hija para acariciarle la mejilla, -pero no te preocupes, que antes de que se haga de noche va a volver- le habló de Daryl, pero algo dentro de ella también pensó en Agatha.

-¿Seguro?- dudó.

-Segurísimo- prometió. -En el baño hay agua caliente, así que ve a bañarte y luego me cuentas qué habéis hecho en el huerto- acabó sonriéndole para disimular que ella también estaba preocupada y esperó a que se fuera escaleras arriba antes de volver tras sus pasos hacia el sillón.

Se sentó como si quisiera ser engullida por él y centró toda su atención en Carol.

Por suerte aquella infusión de amapola había hecho su efecto y había conseguido que durmiera un poco antes de que volviera a salir por la aldea sin rumbo alguno.

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