Agatha y Emma se conocieron en el instituto. El primer día de clase uno de sus profesores les mandó a hacer un trabajo juntas, -grupos aleatorios- los llamó y, como no tardaron en ponerse de acuerdo, en el siguiente de libre elección ellas mismas se buscaron para formar pareja. Un año después, compartían almuerzos, descansos y hasta exámenes, porque Emma prefería dibujar en vez de practicar matemáticas y Agatha prefería ir a nadar en lugar de estudiar literatura, así que luego era más fácil encontrar la manera de chivarse o copiarse la una de la otra.
Antes de acabar el tercer curso, las dos ya se habían dado cuenta de que el cariño que se tenían iba más allá de una simple amistad y en cuarto, justo cuando habían reunido el valor para sincerarse con la otra, los padres de Emma encontraron otro trabajo y otra casa lejos de allí y tuvieron que mudarse.
De ese modo, Agatha terminó sola el instituto, con gran parte de todas sus asignaturas aprobadas por un milagro llamado piedad y se centró en ser la mejor del Aquatic Club en el que había conseguido entrar.
Emma, por su parte, en su nuevo instituto obtuvo una beca para estudiar en la universidad y, aunque le costó más de un enfrentamiento con sus padres, volvió a Nashville, se matriculó en Fisk y empezó a estudiar bellas artes.
Y, de todos los lugares posibles en los que se podrían haber vuelto a encontrar, lo hicieron en la entrada del cine mientras Agatha soportaba la compañía de una cita a ciegas concertada por sus compañeros de natación. En aquel momento, quisieron abrazarse hasta que el tiempo les devolviera todo lo que les había robado, pero solo se saludaron con absoluta timidez, se contaron brevemente alguna de sus peripecias y decidieron seguir sus respectivos caminos.
Pero la vida, que seguía sin darse por vencida, las obligó a compartir asiento en el metro más de una vez, a coincidir en el mismo restaurante con los chicos con los que estaban fingiendo querer salir, a emborracharse juntas en la boda de un jovencísimo amigo del antiguo instituto y... por si para entonces aún no estaban lo suficientemente convencidas de que no querían hacer otra cosa que estar con la otra... el día en el que Emma se licenció, Agatha ganó una de las competiciones clasificatorias y... sin saberlo, ambas decidieron celebrarlo en la misma discoteca.
Unas cervezas, vino y copas después, Agatha se chocó con Emma y, entre toda aquella gente que las rodeaba y con la música ensordeciendo todo, pudieron leerse los labios mientras se decían un "no te vayas más" y el resto lo hicieron sus bocas, que tardaron más de seis días, o tal vez fueron siete, en lograr separarse.
Dos meses después de estar yendo y viniendo de casa de una a de la otra, alquilaron su primer piso juntas. Al año Emma le pidió matrimonio y, con un recién adoptado y viejo gato como testigo y unos cuantos amigos como invitados, se casaron en el salón, con dos bonitos anillos para formar sus alianzas y pijamas como ropa de gala.
Eso fue cuatro años antes del apocalipsis, y, aprovechando que Agatha finalmente se había convertido en nadadora profesional y que Emma había encontrado un buen puesto como diseñadora en el taller de moda de una de sus profesoras de la universidad, ambas no tardaron en empezar a plantearse la posibilidad de convertirse en madres y, aunque el proceso fue lento y tedioso, el embarazo de Emma y el nacimiento de Chloe fue lo último realmente bueno que les sucedió antes de que todo se fuera a pique.
Después, una semana de encierro con una bebé recién nacida en la casa en la que habían pasado sus últimos tres años, dos meses con unos cretinos que estuvieron a punto de acabar con la vida de la pequeña, otras cuantas semanas solas, gente que venía, gente que moría, gente que se iba... Pasaron casi un año en una especie de refugio en el que parecía que todos pensaban igual, pero no fue así y, mientras comenzaba a gestarse una rebelión armada, Emma y Agatha cogieron a Chloe y volvieron a huir. La sorpresa fue que también les siguieron unos cuantos más, Alex y Susan entre ellos.
