Silencio o ruido

322 31 9
                                    

No quedaban ventanas que cerrar, ni puertas... ya había ido por la moto para dejarla junto a la salida, se había duchado con el agua que Carol había traído del riachuelo, había preparado la cena y había cenado... Incluso había estado mirando los títulos de los libros de la biblioteca del salón, pero en realidad no quería leer, ni quería hacer nada más que estar ahí: en el sofá tumbado viendo como centelleaban las luces de las velas.

El fuego podía llegar a ser casi hipnótico en mitad de tanta oscuridad. Un par de llamas temblando, cambiando de intensidad, bailando... Estaba a punto de quedarse dormido y no iba a culparse. Estaba agotado y aquel cheslong era el lugar más cómodo en el que se había acostado nunca.

-¿Daryl?- la escuchó y la buscó con la mirada para encontrar su silueta al pie de la escalera. -¿Qué haces ahí?- volvió a oír su voz, sintiéndola más cálida de lo que llegarían a ser mil hogueras.

-Nada- contestó con simpleza. -¿Tú?-.

Carol supo que su pregunta podía tener dos respuestas, la de qué había hecho toda la tarde y la de qué hacía allí ahora, acercándose paso a paso hacia el sofá, pero decidió resumir ambas en una sola palabra, -nada-.

Luego, se limitó a sentarse y tumbarse en el otro asiento, de modo que su cabeza casi pegase con la de él, mientras que a sus pies sí los separaban al menos un par de metros.

-Qué bien hueles- pensó Daryl, sin darse cuenta de que su garganta lo había convertido en palabras.

-A ti tampoco te ha sentado mal la ducha- pronunció socarrona y luego le miró.

Daryl la miró también y, en ese momento, la vio sonreírle de un modo que ya no pudo contestarle nada más. De un modo que provocó que el salón quedase invadido por un silencio en el que cupo un te quiero... Un... eres la mujer más perfecta que he conocido, un no quiero volver a Alexandria, un vámonos, por favor, a Nuevo México, o al fin del mundo si es necesario... Un me haces mucho bien, un para mí, eres el mejor hombre de todos, un podría pasarme el resto de mi vida viajando contigo... Un no me quiero separar nunca de ti.

Carol alargó su mano para buscar a tientas la de Daryl y la entrelazó a la suya.

Sus pulgares se hicieron dueños de la situación y se atrevieron a acariciarse, a rodearse, a abrazarse... a quererse... y, en aquel leve e imperceptible movimiento, en aquella quietud de sus cuerpos, la sentencia que habían lanzado aquella mañana dejó de tener sentido, si es que en algún momento lo había tenido.

El amor no era una mierda, ni mucho menos. El amor era justo eso: esa innecesaria necesidad de tenerse cerca, el ritmo acelerado de sus corazones, aquella calma en mitad de un jodido apocalipsis, la firme convicción de que permanecerían juntos en las buenas y en las malas, y toda una inmensidad de decisiones que solo tomarían para proteger al otro de cualquier mal que lo rondara.

-No era el chico-.

-¿Mm?- tal vez había empezado a quedarse dormida, porque no entendió lo que decía.

-El muerto... no era el de la foto- estaba seguro de que ella no había olvidado aquel asunto y que le alegraría saberlo, aunque no lo estuvo tanto de si había sido el mejor momento para decírselo.

Pero sí lo era.

Esa familia que en su día habitó la casa no eran nadie para ellos, pero Carol quería seguir pensando que nada les había pasado, que estaban bien en algún lugar del mundo y que él le dijese aquello no solo significaba que la chica y el joven hubieran podido salvarse, sino que también Daryl había querido seguir confiando en ese imposible. Que para él sí tenía algún sentido mantener la esperanza.

TogetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora