Nada es lo que parece. Nadie es lo que parece. Detrás del personaje del que nos vestimos para salir cada día a la escena de nuestra vida, se esconden miles de facetas, cientos de miserias, docenas de prejuicios y otras tantas frustraciones, que tapamos mostrando vidas casi perfectas. Mariana y Pedro no son ajenos a esa imperfección que nos hace humanos, ellos cada día viven atrapados en el personaje que les queda cómodo (a ellos) y a los ojos del mundo... pero aunque lo nieguen, ni ellos ni nadie puede escapar a esa pulsión instintiva de ser ellos mismos. Dos seres imperfectos, miserables, oscuros, vulnerables a las sensaciones más primitivas del ser humano. Cada uno batalla con sus propios demonios, en una ciudad que los vuelve cada vez más hostiles a mostrarse tal cual son. Desde la imperfección de sus miserias viven cada día cargando con sus vidas robadas, esas que esconden, esas que niegan, esas que incluso ellos mismos repudian pero de las que no pueden escapar porque son su verdadera naturaleza. ¿Qué puede unir a dos seres más que el compañerismo, la empatía, o el amor? El odio, el deseo y la irrefrenable necesidad de compartir esa naturaleza vital que encierran las vidas robadas que no mostramos. Cuando la desnudez no sólo alcanza a los cuerpos... sino también a la parte oscura del alma, se llega al máximo estado de complicidad, y quizá ese, es el estadío más álgido del amor.
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