Capítulo 18: Romper deseos

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Si Lali no cree en que de verdad tiene un ángel de la guarda, a partir de ahora tendrá que empezar a creer.

Cruzó Avenida Santa Fé sin mirar para ningún lado, por el medio y corriendo sin pensar más que en volver al edificio donde está su despacho. Los bocinazos la ensordecieron tanto como el pitido de la alarma contra robos, que aún le resuena en la cabeza.

Tiene el corazón acelerado, las manos sudadas y no puede parar de llorar. Apenas puede rebuscar en su cartera el manojo de llaves de la pesada puerta de entrada al portal.

Empuja la puerta con violencia y se sienta en el primer escalón al lado del ascensor. Llora desconsoladamente y aún no puede recuperar el ritmo de su respiración.

Se le mezcla la angustia propia de haber experimentado esa situación con la aparición de Peter de la nada. Y se atormenta aún más de pensar como le vá a explicar, llegado el caso lo que hizo.

Su trastorno sólo lo conocen Eugenia, Candela, Verónica, su terapeuta y su mamá. Ella intuye que Candela se lo debe haber comentado a Andrés, pero no lo sabe con certeza.

No le molestaría si él lo supiese, Andrés es como un hermano para Lali, y sabe perfectamente que de saberlo, no le haría pasar un momento incómodo exponiéndola a contarlo, o prejuzgándola.

Desde que convive con ese problema, no lo ha contado más que a su íntimo círculo familiar. Y no se imagina teniendo que explicarle a un extraño, algo que para ella misma es vergonzante, y tortuoso.

Muchísimo menos explicárselo a Lanzani. Piensa en él parado allí, rescatándola como un súper héroe y empieza a llorar con las manos en la cara como una nena de 5 años.

En ese preciso instante el teléfono le suena sobresaltándola, es un mensaje y ruega que sean Eugenia o Candela, para pedirles que la vayan a buscar, porque no quiere ni siquiera manejar en ese estado de nervios.

Pero al mirar la pantalla, no es más que su súper héroe de la librería.

"Doctora...me encuentro con 3 cosas que no me sirven para nada y creo que a usted sí. Una caja de tampones...un paquete de toallitas femeninas y un libro muy interesante.

Ah...y una sensación que me tiene algo inquieto, es algo que no quiero dejar pasar para una próxima vida con usted... ¿quiere tomar un café conmigo?"

Lee y se vuelve a largar a llorar, ahora con la bronca de sentirse acorralada, y la impotencia de saber que si ese mensaje llegaba media hora antes, ella no hubiese llegado a ese extremo.

Piensa en no contestarle, pero no es su estilo, y además, necesita agradecerle que la haya salvado de esa forma.

Entonces teclea con la poca rapidez que sus manos sudadas y temblorosas le permiten:

"Gracias Peter, te pido disculpas por el mal momento. Otra vez será lo del café, ya estoy camino a casa. Te llamo. ¡Gracias!

Y envía y cierra whatsapp como no queriendo saber más al respecto.

Ya no hay respuesta, y ella sigue en el escalón sentada, esperando a recuperarse para irse a casa.

Al otro lado de la calle, Peter paga su cuenta en la cafetería y también el libro sobre las vidas pasadas que Lali tenía en la bolsa de la farmacia. Se siente un poco frustrado por el rechazo, iba con todas las ganas de estar con ella y ver que les pasaba otra vez a ambos después de 70 días de no haber tenido ningún tipo de contacto.

- ¿Podés envolverlo para regalo por favor? - Le indica a la chica de la caja, que toma un papel de los tradicionales– no, no, ¿me podrías poner ese otro? Y un moño lindo... es para alguien especial.

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