Capítulo 3: El pasado

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- Tía... no te muevas... si no, no puedo pintarte bien los ojos...

- Bueno Viole... ¿querés atarla también para que no huya?

- Nooo, yo quiero que no se mueva... ¡Ya está! Mírate... ¿te gusta?

Lali se mira en el espejito y la imagen le devuelve el aspecto de una drag queen de muy bajos recursos, cruzada con el payaso de IT.

Violeta, su sobrina y ahijada, hija de Candela y Andrés, de 4 años, la maquilla con los mismos cosméticos que ella le regaló para que juegue. Es el único niñe del universo al que ama; bueno... y a Rufina, la hija de su amiga Eugenia.

Lali no tiene aprecio por los niños. No le gustan, la molestan, se siente acosada y amedrentada por ellos.

Siente como si le chuparan la energía, como si fueran seres de temer, incluso más peligrosos que los adultos. Ellas se han ganado su cariño, porque las vió nacer a ambas y porque quizá la domesticaron como el Principito al zorro. Pero son la excepción a una regla que jamás le falla. Le molestan todos los niñes por igual.

Su visión de la maternidad, es absolutamente contraria a la de muchas mujeres, que piensan que ser madres es un hecho que las completará en su proyecto de vida. Para Lali, la maternidad, no sólo NO la completará en nada, sino que se llevará parte de su esencia, la totalidad de su tiempo, su paciencia, su libertad, su innata necesidad de no dar explicaciones y de no coartar nada de lo que desea hacer en el momento en que desea hacerlo.

Esa es la razón por la que no quiere niñes, ni propios ni ajenos.

En el fondo de su psiquis, hay un terrible miedo a la responsabilidad de criar a un ser que dependerá absolutamente de ella. Una persona que quizá heredará sus miedos, sus frustraciones, sus pensamientos oscuros, sus defectos y a quien tendrá que enseñarle la utopía de que vale la pena vivir y luchar en este mundo nauseabundo (a veces), por tratar de transformarlo en algo mejor.

Se agobia de sólo pensar en tener que velar por la seguridad de una criatura cuando se enferme, cuando vaya al colegio y ni hablar de cuando comience a salir a la vida adolescente o adulta, con la cantidad de flagelos que existen en la sociedad.

Detrás de ese pensamiento subyace su personalidad controladora. Su necesidad de tener el control de todo lo que ocurra a su alrededor, es lo que la lleva a pensar en lo angustiante de no poder controlar la vida de un ser, que amará tanto, que será parte de sí, y que deberá formar para que sea un ser absolutamente independiente de ella.

Existen millones de situaciones que escaparán de sus posibilidades de control, simplemente porque no puede controlarlo todo como pretende.

Ya trató estos temas en terapia, porque además de ser psicóloga, ella se analiza desde hace años. Pero modificar esas conductas, es algo que depende de ella, de su trabajo personal, de ir apartándose de esos pensamientos de intentar controlar muchos aspectos de la vida que la rodea, para así poder disfrutar de otros a los que anhela llegar.

Destinó el mediodía para encontrarse con Candela, tomarse un cafecito en la esquina del colegio al que ambas fueron de chicas, el colegio religioso "Marianista" de Caballito y esperar a que Violeta salga del jardín.

Existe un amor recíproco entre ambas. Violeta la ama, la siente su tía ídola y la realidad es que Lali se desmonta por ella, porque la disfruta sin esa cuota de posesión que implicaría ser su madre. ¡Esa es la palabra justa!, LA DISFRUTA, porque no siente la responsabilidad de educarla, esa carga queda para sus padres... ella se limita a compartir lo mejor de la vida con la nena, los juegos, la fantasía, la pureza, la inocencia, y las buenas virtudes, que en su mundo de adulta, ella no exhibe.

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