Capítulo 1: Cómodamente insensible

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Ciudad de Buenos Aires, la más poblada de toda la Argentina. Más de 3 millones de seres la habitan, la sufren, la aman, la odian, la repelen, pero la necesitan para vivir.

Buenos Aires tiene a partes iguales, una mezcla de miserias y pasiones. Algo inexplicable hace que se la aborrezca por su humedad, su caos de tránsito, sus constantes disfunciones y su eterna soberbia frente al resto del planeta; pero también se la ame por su encanto, su magia y sus personajes entrañables.

En buenos Aires conviven miles de seres que pasan inadvertidos ante los ojos de otros miles, son como las gárgolas silenciosas y terroríficas que custodian desde lo alto las grandes catedrales, como espectros... como seres sin esencia que deambulan en cuerpos vacíos, porque su alma ya la han vendido a algún diablo, a cambio de poco y nada.

Y como hay anónimos sin alma, hay otros muchos personajes con tanta riqueza, que se han convertido en mito, incluso cuando su alma pasó a otro plano.

Nuestros personajes de esta historia, no son ajenos a las miserias y pasiones que esconde Buenos Aires, y casi por extensión, comparten idiosincrasia con la ciudad en la que viven.

También tienen lugares oscuros, también han vendido más de una vez su alma a algún diablo por poco y nada, han experimentado las mieles del éxito y del fracaso, y batallan día a día por subsistir en la ciudad de la furia. Pelean por una justicia en la que ni ellos mismos creen, y casi mecánicamente se adjudican un papel de jueces, que si tuviesen que aplicarse a ellos mismos, con certeza, jamás serían absueltos.

Se autoanalizan, se mienten, se engañan a ellos y a los que los rodean, pero siempre se muestran ideales a los ojos de la crítica, del afuera de lo convencionalmente aceptado.

Son carismáticos, exitosos, competentes, casi "perfectos", casi "normales" en la vidriera de las apariencias. Pero cuando llegan a la más absoluta soledad, son HUMANOS, sin estridencias, sin mentiras, con vidas sórdidas, con aristas imperfectas, con las mismas miserias que tenemos TODOS, pero que algunos dejamos ver con mayor o menor indiscreción.

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Jueves 23:35

En un local oscuro, del microcentro porteño, que oficia mitad de bar y mitad de prostíbulo, un joven de mediana estatura, brazos fuertes, barba de unos días, el pelo rapado muy corto y un perfil que roza la perfección, se recuesta sobre la encimera del baño de hombres del local, jadeando excitado, mientras una señorita juguetea con su miembro en la boca.

Una de sus manos se recarga sobre el mármol deslucido y la otra sostiene la cabeza de la chica, guiándola desde la nuca, para que sus movimientos de entrada y salida, logren satisfacerlo a su gusto.

La chica descansa, respira y acompaña con una de sus manos el movimiento, que ahora se volvió más rápido, mientras el hombre de pié siente flaquear sus rodillas, vislumbrando el orgasmo. Tira su cabeza hacia atrás, y cierra los ojos pasando su lengua por su propios labios y se deshace de placer mientras ella continúa abarcando su sexo en la boca y en pocos segundos se relaja porque llegó al clímax.

Afuera el bullicio, la música, las conversaciones y los jadeos del baño contiguo, no les impiden tomarse el tiempo de quitar el preservativo, levantar el cierre del pantalón, lavarse las manos él, y usar el baño ella.

La ropa ajada del chico, que lleva puesta desde las 7:30 de la mañana, esa noche, como tantas otras a la semana, ha sido testigo de varios escenarios distintos a lo largo del día.

- Gracias linda... un placer como siempre... - y le tiende algunos billetes que ella toma, cuando sale del baño, mientras se acomoda los pantalones.

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