Capítulo 5: Fantasías

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Mientras baja en el ascensor, mira su reloj y vé: 18:52 - ¡Esta rata me robó 8 minutos de lo que le pagué! (Pobre, nunca hizo terapia)- No sólo, está abrumado por toda la información que recibió, sino también por la forma en que fluyó ese encuentro.

Lali sigue siendo la misma persona irritante que conoció de adolescente, ahora convertida en una mujer más inteligente aún, de lo que era en ese momento, y también más irritante.

Se quita los lentes que no le sirven para nada y los guarda en el bolsillo de su saco. Camina tres cuadras por Callao, hasta Avenida Córdoba y cuatro más hasta Corrientes, sabe que es temprano, y en el antro que suele frecuentar todavía ni siquiera estarán llegando para preparar la noche.

Pero toda la ansiedad acumulada del encuentro, la bronca contenida y la tensión de lo que vivió en el despacho de Lali, lo hacen no querer volver a su casa, se siente un poco como un lobo suelto que no quiere echarse tranquilo en ningún lugar, porque eso implicaría pensar en todo lo que pasó, y quiere olvidar las imágenes y las palabras que le resuenan en bucle en su cabeza.

Recién son las 19:20 y la ansiedad lo lleva a repensar tanto la situación y lo que Lali le dijo, que se le ocurre tomarse el subte "B" en Callao y bajarse en "Pasteur – Amia" sólo por una estación.

El barrio de Once a esa hora, sólo es habitado por cartoneros que desguazan cajas de los locales que ya llevan cerrados desde las 17:30 o 18:00. Camina una cuadra más hasta Azcuénaga y allí se encuentra con el edificio en el que él mismo vivió gracias a Diego Gauna, apenas salió de la cárcel.

Diego y Laura vivían en el 2° piso, un departamento amplio, antiguo pero muy cómodo. Ahora se notan las persianas cerradas y sucias por el abandono del tiempo que lleva cerrado.

Su madre vivió allí toda la vida, incluso con él, pero cuando enfermó, la hermana de Diego se la llevó con ella al barrio de La Paternal. Cuando Diego empezó a salir con Laura, se instalaron allí, y volvió a traerse a su madre, los últimos meses antes de morir, para que conviviera con ellos.

El departamento que el consorcio destinaba al portero, nunca fué ocupado por Diego, porque tal cual le dijo a Peter cuando se lo ofreció allá por 2014, él no lo utilizaba porque vivía con su madre.

Peter lo habitó casi un año, y durante ese período entablaron amistad. Para Adelma, la madre de Diego, Peter era un hijo más. El la conoció sana y aunque no quiso reconocérselo a Lali, ya por esa época la recuerda con los dedos deformados. Ella alegaba que era por la artrosis, pero le resuena esa coincidencia que Lali le mencionó.

Nunca vió en la casa que la mujer tejiera, ni recuerda la imagen de sus dedos gastados como Lali se los describió según el relato de Diego. Pero también es cierto que Adelma siempre llevaba unos guantes de compresión para corregir sus articulaciones.

En principio no sabe que fue a buscar allí, quizá sólo a reencontrarse con la historia en la que él cree, en la que vivió, lejos de ese relato nefasto que le hizo la desquiciada de la psicóloga. Pero lo cierto es que algo movilizó en él que antes no existía, y esa puerta que Lali abrió a la duda, a él le hizo tambalear mucho de lo que pensaba.

Toca el timbre del departamento del conserje, movido quien sabe por qué, ese mismo departamento en el que él vivió tiempo atrás.

Una mujer de acento extranjero lo atiende y él se presenta apelando a esa vida robada que también le vendió a Lali.

- Hola buenas tardes... disculpe, estoy buscando al conserje...

- Sí, es mi marido, a ver espere... - La mujer llama a alguien, en lo que Peter adivina como acento guaraní. El señor le contesta por el portero y Peter arranca una red de mentiras, para buscar algo que todavía no tiene claro.

Vidas RobadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora