Capítulo 17: 70 noches

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Las 70 noches de Peter, también oscilaron entre la ansiedad, el desconcierto y un inmenso sentimiento que hacía mucho no experimentaba.

Cada uno de nosotros sabe perfectamente cómo reaccionar a determinadas situaciones, conocemos perfectamente cuales son aquellas sensaciones que sobrelleva nuestro ánimo, y en mayor o menor medida somos conscientes de que las generan, de donde vienen, cual es el disparador y en ocasiones sabemos remediarlas o no.

Peter no tiene un terapeuta que lo ayude a desenmarañar que le sucede. Tampoco lo necesita (según él) incluso, apelando a la cuestión de los géneros, los hombres a veces son más pragmáticos y resolutivos que las mujeres, y no se detienen demasiado a pensar en que genera sus miedos o la fluctuación de sus estados de ánimo. A veces incluso no saben que están atravesando una crisis, o que la solución a esa opresión, a ese estado de inquietud e inseguridad, que sienten y que no pueden poner en palabras, se llama ansiedad.

Si bien no hay un terapeuta, hay un amigo que oficia de "voz de la conciencia". Agustín es quien lleva adelante la dura tarea de sacarle "con tenazas", de vez en cuando, las pocas conclusiones que le comparte a gotas.

Ya contamos que no es fácil ser ese "compañero" que acompaña, aconseja (cuando puede) y sobre todo está atento a escuchar, en las pocas ocasiones en que él se abre a hacerlo.

Los primeros días después de aquella tarde del 28 de mayo, en que Lali y Peter, se rindieron a lo que sentían, él experimentó una especie de revolución interna, que le tocó fibras muy íntimas y sobre todo muchos recuerdos que había dejado aletargados.

Quizá lo último que hizo, fué pensar puntualmente en lo que Lali le provocaba. Pero en su defecto, se activaron un montón de otros pensamientos, que seguramente emanaban de lo que sintió aquella tarde por ella, y lo que ella demostró sentir por él.

Lo primero fue rememorar esa época del secundario en que se odiaban o no tanto... porque ahora con el diario del lunes, entiende gracias a lo que Lali le dijo, que quizá esa forma de relacionarse, a través de la violencia, aunque fuera contradictoria, encerraba un deseo, una atracción enorme y era su propio lenguaje de seducción (complicados para demostrarse que se gustan) pero era el que ellos encontraron, y al que respondían.

Pensar en esa época en que nada lo perturbaba, en que su mayor preocupación era a donde iban a salir el fin de semana, o con que nueva chica, o planear el viaje a Bariloche, lo transporta a rememorar cuanta inocencia perdió, y cuantas cosas le sucedieron como para que ahora vea a ese adolescente, casi como un tipo extraño a lo que hoy es.

Piensa en que a él se le detuvo el tiempo y la vida a partir de ese día en que dejó de sentir como un chico y comenzó a transitar esta otra mitad sintiendo como un alma errante.

También se le presentaron pensamientos acerca de esa particular forma que tiene de relacionarse con las mujeres. En esos 70 días frecuentó el prostíbulo más veces que en todo un año, pero la diferencia a otras veces es que no fue exclusivamente a buscar sexo, sino a emborracharse e incluso a ver el espectáculo de transformistas que hay cada noche, sin la necesidad de pagar a alguna chica a cambio de sus "servicios".

Descubrió incluso acerca de su propia fisiología y el funcionamiento de su cabeza al activar sus fantasías con una mujer. Repensó que talvez esa tarde con sólo besos, caricias y la intimidad adecuada, su excitación fue tremendamente superior a la que puede experimentar incluso cuando practica el mecánico sexo por el que viene pagando desde hace años.

También pensó en ella. En su situación, en lo contradictorias que pueden ser las señales que damos a veces, respecto de lo que sentimos y deseamos.

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