Dicen que las mejores historias inician con una inesperada sorpresa. Quackity adoraba las historias, amaba conocer cada aspecto de ellas, como si viviera en otra realidad, soñando que algún día dichas historias fueran protagonizadas por él mismo, al menos eso fue cuando era solo un niño. Nunca le gustaron las historias de amor, odiaba el concepto de tener que ser feliz teniendo a un alfa, él siendo omega era lo suficiente capaz de arreglarse por sí mismo. Su padre el Señor Stern le había enseñado eso, no podías confiar en un alfa, más siendo un omega. Su familia de por si era extraña, todos conocían que el matrimonio de los Stern no era tan maravilloso, tenían dos hijos en total. Auron el mayor y Alexis el menor. Ambos eran omegas y muy diferentes entre sí. Mientras Auron era la definición de omega, Alexis era todo lo contrario, un omega no debía contradecir a un alfa, Alexis siempre inicia un debate. Un omega debía ser cálido y gentil, Alexis era descrito como arisco y agrio. Los omegas tenían un olor suave ya se con toques flores o dulces, Alexis nació teniendo un extraño aroma a flor de cempasúchil. Ahora siendo un joven adulto, es obligado por su familia a elegir entre casarse con un alfa desconocido y sin amor o unirse al programa de emparejamiento. Quackity sabe bien que solo un loco alfa lo tomaría estando en su posición. Pero tal vez el destino tenía otra cosa preparada, encontrándose a un alfa sumamente lunático y uno de los más cotizados, que termina ofreciéndole un buen trato al chico. -No lo piense más joven Stern, conviértase en mi esposo.
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