Capítulo 36

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Sabía que esos apellidos me sonaban conocidos, pero jamás me imaginé que serían los de Alexander.

—Ven –me indicó que me sentara a su lado.— se que quizás te sonará raro, pero suelo hablar con ellos –se veía apenado.

—De hecho se me hace algo muy normal –comenté. Él me miró.

—Hoy se cumplen cuatro años desde que ya no están –suspiró triste.— no tienes idea de cuanto los extraño –se abrazó a sí mismo dejando su barbilla sobre sus rodillas.— yo les quité la vida, Alexa, si tan solo les hubiera hecho caso... –apretó los ojos fuertemente.

—Háblame –empecé diciendo pensando bien mis palabras.— háblame de como eran en vida –me miró.— ¿cómo eran cuando eras niño? –su mirada se perdió, su rostro reflejaba genuina nostalgia.

—Eran los mejores padres del mundo –dijo.— muy consentidores sobre todo, pero más lo eran con Alejandra...

—Tu madre y tu hermana se llamaban igual –él asintió.

—¿Quieres saber cómo me iba a llamar yo? –asentí.— Isbaal –me mordí el labio para no reírme.— quieres reírte y lo sabes –dijo con diversión.

—No es que sea feo –reprimí mi risa.— es que... ¿por qué ese nombre?

—Como mi padre se llamaba Isaac buscaron un nombre parecido al suyo.

—¿Y por qué te pusieron Alexander?

—Porque mi abuelo le pagó al hospital para que me certificaran con ese nombre, se negó rotundamente a que me llamara "Isbaal" –rió leve.

—¿Y qué dijeron tus padres?

—Querían asesinarlo, obviamente, pero luego lo aceptaron y me dejaron mi hermoso nombre que hoy conoces –me le quedé mirando.— ¿qué?

—No tienes cara de Isbaal –dije.

—Tengo cara de Dios griego, pero ese no es el tema –bromeó. Nos quedamos en silencio unos segundos.— es la primera vez que estoy aquí con otro sentimiento que no sea tristeza o furia... o ambas.

—¿Y cuál tienes ahora? –pregunté curiosa.

—Paz –me miró.— porque estoy aquí, contigo y mi familia, es algo que me llena sinceramente –acaricié su hombro reconfortándolo.— si estuvieran vivos les hubieras encantado.

—Lo sé, soy muy encantadora –bromeé.— ¿puedo presentarme con ellos? –él asintió.— vale, un gusto conocerlos señores Isaac y Alejandra, me hubiera fascinado conocerlos en vida, pero Diosa sabe porqué haces sus cosas –hice una pausa.— les aseguro que si vieran el hombre en el que se convirtió su hijo estarían muy orgullosos de él, porque a pesar de que no es para nada un santo, es un hombre bueno y lo criaron muy bien –suspiré.— es de las mejores personas que conozco y se que no ha sido fácil llevar toda la carga que tiene desde que Alejandra ya no está, y sin embargo siempre se las ingenia para verse despreocupado y con ese ego en los cielos –bromeé.— les agradezco por regalarme a ese gran hombre.

Sentí como apoyaba su cabeza en mi hombro.

—Gracias por esto –susurró.— se que por nuestra situación no es fácil para ti, pero agradezco mucho tu intención y tus palabras.

—El hecho de que estemos en esta situación no quita la felicidad que me brindaste durante un tiempo.

Él no dijo nada y se limitó a jugar con mis dedos.

Nos mantuvimos en silencio por no se cuanto tiempo. Solo nos quedamos sentados disfrutando de la compañía del otro. Me percaté que el dolor incesante en mi pecho y el agujero en mi estómago se habían ido. Realmente era increíble el efecto que tenía este hombre en mi.

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