Capítulo 27

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Terminamos el trabajo sorprendentemente rápido, entre el miércoles y el jueves, y lo entregamos el día siguiente, el viernes a la mañana. Al medio día, Diego, Tay y yo estábamos almorzando tranquilamente, cuando la televisión de la cafetería mostró algo interesante.

-Nos están diciendo que la "Calle Génedits"- estaba diciendo la de las noticias- está siendo aterrorizada por un grupo de criminales que parece tener posesión de armas extranormales. Estas personas las están usando para una toma de rehenes en el "Banco Silvero", conocido por ser el banco más grande de la ciudad. Las autoridades...

-Siempre los bancos- dijo mi amiga sacando una portátil a escondidas- siempre toman rehenes. Sean más originales.

-Yo no creo que esto sea algo de lo de siempre- dije- si tienen "armas extranormales".

-Vamos a tener que averiguar de donde salen estas cosas, pero eso después- me miró- ahora no podemos perder más tiempo.

Asentí y salí para el pasillo. Me estaba dirigiendo a la salida cuando Augusto, patrullero de pasillo, apareció para frenarme.

-¿A donde te parece que vas Érica? Faltan horas para que termine la jornada.

-Ya se- maldecí internamente por mi mala suerte. Tenía que pensar en una excusa- es que... estaba yendo a secretaría, para avisar que tengo que irme antes.

-¿Y eso por qué?- dijo mientras garabateaba algo en una libreta.

-Porque...-volví a maldecir internamente por la mala excusa que se me había ocurrido- porque me golpeé el brazo.

El me miró extrañado.

-Pero me golpeé feo- continué- me duele un montón. Se me amoretonó, y está todo violeta y amarillo y está hinchado como un globo, y además se infecto... creo que se me va a caer el brazo.

Augusto puso cara de una mezcla de asco y horror.

-No necesito escuchar más. Sentite libre de irte a secretaría.

Asentí, fingiendo dolor, y me fui a secretaría. Después, cuando nadie veía, me transporté a mi cuarto y me cambié.

(Si esperaban que fuera Superman, con los jeans y el buzo negro a bajo de la ropa, lamento decirles que ni de cerca. Que calor.).

Llegué a la esquina de la calle y caminé escondidamente hacia la puerta.

-Holaa- dijeron Diego y Taylor al mismo tiempo en mi oreja.

-¿Cómo es que me están hablando en el colegio?

-Es que no estamos en el colegio- explicó Diego.

-Estamos cuidando de tu brazo infectado- se burló Ty- Sabés qué podrías haber dicho que te olvidaste algo ¿No?

Antes de poder avergonzarme mucho, La Flama aterrizó a mi lado.

-Eso es lo que yo dije como excusa.

-Ahora tengo algo de lo que reírme- Me dijo Taylor.

-¿No pueden simplemente olvidarse de eso?- les pedí.

-No creo que vaya a ser posible- murmuró Diego.

-¡HISTORY HAS ITS EYEEEEEES ON YOUUUUUUUUU!- No hace falta aclarar que fue Taylor.

-Estas personas son geniales- dijo mi compañero.

-Detesto tener que admitirlo- dije.

Entramos en el banco. ¿Ubican la sensación de neutralidad que uno tiene la mayoría del día, y que tiene cuando está a punto de hacer algo que no considera tan impresionante o que considera cotidiano? ¿Ubican la sensación de esa neutralidad siendo rota y remplazada por una mezcla de sorpresa e infarto? Bien. Eso podría describir mi sensación al entrar en ese banco. Había unas veinticinco personas en el piso, unas cuatro personas armadas. Eso era lo normal. De hecho, las cantidad de criminales era menor a la que yo estaba acostumbrada. Lo que era al mismo tiempo sorprendente y preocupante eran las armas mismas. Se que habían dicho que eran armas extranormales, pero nunca había visto algo así; las armas eran como una bayoneta, solo que bastante más gruesa. Cuando nos vieron, uno disparó. Pudimos esquivarlo, pero pude tener la oportunidad de ver la "bala". Era una bola de los que parecía ser acero, de tamaño poco menor a una bola de bolos, y para peor, iban a una velocidad increíble. Inspiré profundo y me dirigí a La Flama.

-Vos derecha, y yo izquierda.

El me miró por medio segundo.

-Sombrita, no es como que estén uniformemente dispuestos en izquierda y derecha.

-Entonces, dos y dos.

El asintió.

Yo me giré hacia los que tenía más cerca. Uno de ellos reparó en mi y me disparó, pero lo esquivé, desaparecí en mi sombra, lo agarré de la pierna y lo tiré contra una columna. Uno menos. El otro disparó un par de veces e intentó irse, pero esquivé las balas (de pura suerte, lo admito), y agarré una del piso que ya se había enfriado y se lo tiré a la nuca. No tenía la misma potencia que una bayoneta gruesa, pero funcionaba bien para dejarlo al menos inconsciente.

El fueguito también había terminado. Entonces cometimos no uno, sino dos de los errores más estúpidos de toda mi vida hasta el momento.

Nos habíamos olvidado que los de la bóveda, que eran los únicos dos que quedaban, también podían tener armas. Y bajamos la guardia.

A uno lo derribamos fácilmente, pero el otro, que desafortunadamente tenía un arma a mano, disparó al primero que vió, que terminé siendo yo.

El impacto de la bala contra mi brazo, fue lo más doloroso que sentí en mi vida.

Sombras y FuegosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora