PRIMEROS LAZOS PARTE 2

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Frunció el ceño cuando se miró de nuevo en el infierno, en un lugar que él no conocía, era otro castillo y olía a agua y sal. Caminó con lentitud por el lugar, estaba húmedo y había un feo pez en una especie de pesera. Una risa ajena lo hizo voltear y caminó de prisa cuando reconoció que era la risa de su madre. Ella estaba con un hombre en una especie de habitación, sus facciones aún se veían un poco inocentes y pudo deducir que eso pasó después de su destierro.

--es importante cuidar la vida animal, Lucifer, sin los animales no somos nada.

--lo sé.

Él hombre sonrió y Samael pudo reconocerlo cuando lo vio, ese hombre estuvo presente cuando su madre castigaba a Satanás.

--enséñame más.

--no puedo enseñarte más, tú lo sabes todo.

--no creo que lo sepa todo.

El hombre le sonrió de forma coqueta y ella agachó un poco la cabeza, como una colegiala enamorada.

--tu inocencia, Lucifer, tienes que perderla.

--¿de qué hablas?

--sé que una parte de ella murió cuando fuiste desterrada, pero hay algo que aun tienes intacto, y te aconsejo que busques como perderla.

--¿qué?

--no puedes gobernar de esa manera, tienes que dejar que la oscuridad entre en ti, tienes que pensar como un demonio.

--¿cómo?

El hombre tocó una de las piernas de su madre y la fue subiendo hasta que esta desapareció en su vestido. Su madre respingó y se vio apenada al descubrir que era.

--creo que tienes razón. Hazlo, Leviatán.

Leviatán sonrió cínico y besó a su madre. Todo se puso negro y Samael puso una mueca de asco al comprender que fue lo que pasó en esa habitación, su madre tuvo que perder la virginidad sin que ella quisiera para dejar que su inocencia muriera y poder gobernar como se debe. Levantó la mirada cuando se sintió en un lugar diferente, había aire fresco y estaba completamente verde, árboles en todos lados, animales y vegetación de todo tipo, un lugar demasiado hermoso, a su parecer. La piel se le erizó cuando una pequeña briza de aire le pasó por el cuello, miró todo a su alrededor y la vio; su madre estaba parada entre los árboles, mirando a una pareja a lo lejos. Ella no se miraba para nada bien, sus ojos desprendían una ira palpable y él se acercó para ver qué era lo que ella veía. Se puso a su lado y observó; una chica de cabellos chocolate cargaba una tina de madera con un poco de agua, sus labios eran gruesos y sus ojos chocolates hacían juego con su cabello, era hermosa. Samael frunció el ceño cuando la reconoció, ¡era su madre! Cosa que le parecía totalmente imposible, su madre estaba a su lado. Las miró a las dos durante varios minutos hasta que cayó en cuenta de lo que estaba viendo, esa chica era una copia exacta de ella. Todo se volvió negro y Samael se miró las manos, un poco confundido, se sobresaltó cuando escuchó un ruido.

--¡no lo entiendes! ¡mi padre quiere remplazarme! Belcebú, quiere dejarme en el olvido, quiere que los profetas crean que yo inicié la humanidad, quiere tapar mi destierro.

--supongo que no lo permitirás.

--obviamente no, Dios no puede tratarme como uno más de sus sirvientes, porque no lo soy.

--¿qué harás?

--la engañaré.

La última frase se quedó en eco y se repitió una y otra vez, hasta que desapareció. Pronto se encontraba en el mismo lugar verde y miró a un hombre de cabellos castaños y ojos chocolate recargado en uno de los árboles, el cual sonrió egocéntrico cuando miró a la chica acercarse. Él le acarició la mejilla y ella se sonrojó.

SamaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora