Sergéi había necesitado de toda su fuerza de voluntad para no dormirse mientras las criadas le traían más de quince diseños diferentes. Nadya, por su parte, parecía estar en el paraíso, siendo que al fin su primo le había permitido interferir en su vestimenta.
—No permitiste que fuera a la ciudad hace una semana, así que debes dejarme hacer esto como compensación. Si no, te odiaré para siempre.
—Ambos sabemos que no harías eso —replicó él, reprimiendo un bostezo.
—¿Quieres probarme?
El joven dudó. Ella siempre había estado ahí como una hermana pequeña y, por mucho que ambos se mostraran reacios a admitirlo, se necesitaban el uno al otro. A pesar de la ligereza con la que Nadezhda lanzaba sus amenazas, algo en lo profundo de su ser se removía con temor.
—Si hubiera ido la semana pasada como te pedí —se quejó la pelirroja—, esto no tomaría tanto tiempo. En especial si te quejas cada dos segundos de que las pelucas te pican.
—¡Lo hacen!
—¿Y? ¡Yo no me quejo por eso!
—Porque te quejas de todo lo demás.
Con fingida furia, Nadya le lanzó un rollo de satén azul grisáceo. Quizá lo había hecho como una broma, pero el golpe en la cara no fue ningún chiste.
—Ese color te quedaría divino. Destaca lo idiota en tus ojos.
—Gracias. Me agrada saber que escoges mi vestuario conforme a mis talentos naturales.
Con un gesto, Nadezhda despidió a la criada, y se quedaron solos en la antecámara de los Ulianov. Se desplomó en un sillón carmesí con un bufido. Por un horrible segundo, a su primo le recordó el día en el que había recibido una bala. Esa mañana no había sido la mejor de su vida.
—Deberías esmerarte en tu apariencia si quieres borrar la impresión que la señorita de Langlois tiene de ti —comentó la chica con una sonrisita, recogiendo del suelo el rollo de satén.
—Según tus teorías, ¿cuál es esa impresión?
—Un idiota que no sabe coordinar sus pies.
Bueno, al menos en eso tenía razón. Nunca había sido bueno bailando, pero sin duda alguna ese defecto no le había llevado a situaciones tan comprometedoras como la que había vivido la noche del baile de máscaras. Y claro que debía ser frente a la hermosa invitada extranjera. Ya estaba acostumbrado a su mala suerte.
—Oh, por favor —gruñó Nadya, apoyando la barbilla en su puño—. No lo hagas. Parece como si fueras a bailar con la señorita Ananenko.
—¿Hacer qué?
—Estás pensando en Charlotte de Langlois, ¿no es así? Dios, Seryozha, no te ilusiones tanto. Es solo un baile.
—No me estoy ilusionando.
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Los grandes © [DNyA #1]
Ficción históricaCharlotte quiere ser libre. Es una pena que los que pelean por la libertad quieren matarla. 1789. Con el estallido de la ahora llamada Revolución Francesa, la familia de Charlotte de Langlois escapa a Inglaterra, intentando evitar la muerte segura q...