XXXVII: Las alegrías se aprovechan, en especial cuando tienes los días contados

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Escuchar la forma en la que a un cortesano le habían rajado la garganta no era muy placentero a la hora de desayunar

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Escuchar la forma en la que a un cortesano le habían rajado la garganta no era muy placentero a la hora de desayunar. En especial cuando el relato venía de los labios de Nadya, quien se relamía las comisuras de la boca en busca de rastros de azúcar mientras contaba nuevamente el hallazgo del cadáver de Oleg Sutulov en la antecámara de sus aposentos. Ya comenzaba a hacerse una rutina, pues ya habían transcurrido tres días desde su aparición y Sergéi ya había oído todos los detalles, obra de su prima.

—Horrible, ¡ya lo creo! —comentaba—. Fue la señorita Ananenko quien lo descubrió en la madrugada.

—Ya lo sé —replicó con voz casi inaudible el señor Bezpálov.

—¡No interrumpas! Se hace tedioso un desayuno en silencio, y lo sabes. Agradeces mi presencia; no hace falta esconderlo.

Tenía razón. Los desayunos en compañía de Nadezhda no estaban tan mal. Al menos eso lo distraía de todo lo que estaba pasando a su alrededor y el temor de ser el siguiente en la lista de asesinados. Los que habían muerto en las últimas semanas recibían algo de odio de parte de la nobleza, y Sergéi no era precisamente querido en la Corte.

Su angustia rondaba sus pensamientos, a pesar de que la mano detrás del arma que les había quitado la vida podía ser solo Leonid cumpliendo órdenes. ¿Dudaría antes de ejecutar a su mejor amigo si eso era lo que le pedían? El joven quería creer que sí, pero por un momento la incertidumbre le invadió. Sabía que eran crueles con los traidores. Sería su vida o la de él, y sin duda alguna Sergéi haría todo a su alcance para mantener al señor Vyrúbov con vida.

Pero si era otro el que estaba tras los asesinatos... De todos modos, ya habían intentado matar a Nadya, y si es que los conspiradores a los que buscaba el rubio también estaban detrás de ello, todo este infierno terminaría y todo volvería a la normalidad.

Todo, salvo...

—Eres realmente aburrido —bufó su prima—. Ni siquiera haces muestra de estar escuchándome. ¿Acaso no te enseñaron modales?

Él tampoco respondió, a lo cual la pelirroja replicó bufando. Frustrada, le lanzó un pastel relleno de mermelada, y sonrió cuando dio de lleno en su ceja izquierda.

—Eso te pasa por no escucharme.

¿Con ánimos de comenzar una guerra de comida, eh? El joven tomó un trozo de pan de jengibre entre sus dedos, dispuesto a cobrar su venganza.

Trazando su brazo en un arco perfecto, lo dirigió al cuerpo de su prima. Sin embargo, el ruido de las puertas de la antecámara al abrirse lo sobresaltó, y el dulce terminó rodando hasta los pies de Leonid Vyrúbov, quien los miraba con aturdida sorpresa.

—Pensé que estabais desayunando —comentó—. No creí que se hubiera convertido en algo tan serio como una batalla con pastelitos.

—Oh, lo es en verdad, señor Vyrúbov —replicó Nadezhda, enarbolando una copa de agua—. Con tan solo echar un vistazo al rostro de vuestro amigo sabréis que esta es la más cruda de las carnicerías. Si mi padre y mi tío han dicho que la guerra no es lugar para una dama de la Corte, he traído la guerra en el sur hasta aquí.

Los grandes © [DNyA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora