XIII: Tiempos peligrosos ameritan hablar con cortesanas desagradables

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—Sergéi, ¿siquiera estás escuchándome?

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—Sergéi, ¿siquiera estás escuchándome?

El joven volvió la cabeza. Leonid podía ver que estaba embobado ante la aparición de la señorita de Langlois.

—Sí, claro. ¿Qué es lo que has dicho?

El rubio bufó. Su amigo se notaba muy distraído desde que había ido a la ciudad con Charlotte de Langlois. No le molestaría en circunstancias normales, sin embargo, la falta de información que le había proporcionado había hecho que el plan de Leonid fuese un completo fracaso.

Su único consuelo era que se había distraído de la desilusión de Zoya. Sérgei podía ser un inútil para aquellas cosas en las que se le necesitaba, pero seguía siendo su amigo. Había estado a su lado por mucho tiempo, y era el único al que le había contado todos sus secretos. Era su hermano. Le entristecía verlo sentirse miserable por una chica de lengua viperina como la señorita Ananenko.

—Te pregunté cómo se encuentra Nadezhda.

—Bien, supongo —replicó Sergéi encogiéndose de hombros—. No quiere que vaya a visitarle porque le apena que yo la vea en tal estado.

—Es lo esperable de alguien como ella —comentó Leonid. Viendo que su amigo volvía a posar la mirada en cierta rubia francesa, chasqueó los dedos frente a sus ojos, intentando captar su atención—. Eh, ¿por qué desnudas con la mirada a Charlotte de Langlois?

—¡No estoy haciendo eso!

—Sí, sí, sí. Di lo que quieras. ¿Qué ocurrió en la ciudad que no quieres contarme, Sergéi Bezpálov?

Era un último y desesperado intento de obtener la información que quería. O ella no había dicho nada, o el hijo del conde Bezpálov de pronto había decidido que era mejor callarlo y guardar el misterio. Sí, probablemente era la primera opción. Debía saber qué escondía la extranjera antes de que Deznev le enviase a matarla.

—No pasó nada. Solo... hablamos. Descubrí que no tiene sentido del humor y no se ríe de mis chistes.

—Vaya tragedia.

—Me temo que cree que soy un imbécil. La señorita Ananenko le ha dicho absolutamente todo lo que he hecho desde que fui presentado en la Corte.

—Eso... es mucho. Me sorprende que haya accedido a ir contigo. ¿Qué diantres le dijiste? No me digas que empeoraste aún más las cosas.

—Puedo ser idiota, Lyonya, pero no soy imbécil. Hablamos de Moscú, y de paisajes...

—No me digas que contaste los cuentos macabros de tu babushka.

Él guardó silencio, confirmando las sospechas de Leonid. Soltó un suspiro de exasperación.

—¿Es en serio? —bufó— Seryozha, aparte de Nadezhda y tu tía, todas las damas de la Corte te creen un inútil. La única que no te conoce es ella, y también es la única ignorante de tu reputación que podría llegar a ser tu esposa.

Los grandes © [DNyA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora