VIII: El whist para saber lo esencial de la Corte

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Zoya Ananenko es una bestia para los naipes

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Zoya Ananenko es una bestia para los naipes.

Al menos eso había supuesto Charlotte. No había jugado con ella todavía, pero pasando varias horas junto a Zoya le hacían posible juzgar su personalidad. Y, según lo que la francesa había visto de ella, debía ser una fiera en cualquier juego.

En eso estaba pensando cuando un joven se acercó a ella. Era alto, de cabellos rubios y ojos claros como el cielo de verano. Una sonrisa afable cruzaba su rostro. Parecía ser un par de años mayor que ella.

Charlotte hizo una reverencia sin levantar la mirada. El cortesano soltó una risita.

—He de suponer que no me reconocéis sin una máscara.

En el rostro de la chica se dibujó una tímida sonrisa. Su voz era inconfundible.

—¿Vizconde Leonid Vyrúbov, según creo? Os recuerdo de ayer.

—Ese título aún no me corresponde, señorita de Langlois. Mi madre aún no está muerta, gracias a Dios. Zoya Ananenko fue la que os mencionó mi nombre, ¿no es verdad?

—¿Cómo supisteis? —preguntó ella, sorprendida de que hasta tan pequeños detalles fuesen sabidos por toda la Corte.

—Aquí es conocido el carácter de la señorita Ananenko. No habría resistido contaros todo sobre mí y, con toda probabilidad, advertiros de los peligros de estar en mi compañía.

La chica se apartó levemente de él. Le vino a la memoria la declaración de su amiga —si es que se podía llamar así— sobre el señor Vyrúbov. Lo único que tiene de santo está plasmado en su rostro.

—Oh, no os preocupéis de lo que ella haya dicho —agregó guiñando un ojo—. Soy inofensivo. No me llevo muy bien con la señorita Ananenko, por lo que no debe de haber hablado bien de mí.

—¿Por qué?

—Digamos que tenemos... cierta historia. —Luego, se dispuso a cambiar el tema con brusquedad— Entonces, ¿ha sido idea vuestra convocar este juego de whist?

—Yo había sugerido algo nuevo que aprendí en Inglaterra, pero la señorita Ananenko se opuso.

—Ya veo —asintió el señor Vyrúbov. A Charlotte le dio la sensación de que estaba acostumbrado a lidiar con las rarezas de esa chica.

De pronto, las puertas del salón se abrieron. El resto levantó la mirada, solo para encontrarse con Zoya y el señor Bezpálov. Volvieron la mirada a las mesas de juego, sin demostrar interés en los recién llegados. La pareja se acercó a Leonid y Charlotte, la primera con una desagradada expresión en su mirada y el segundo con la preocupación plasmada en sus ojos grises.

—Alguien le ha disparado a la señorita Ulianova.

—Buenos días —saludó Leonid sin prestarle importancia a lo que había dicho su amigo.

Los grandes © [DNyA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora