V: Champaña y dulces no son buena combinación

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Si Zoya hubiera seguido insistiendo, Charlotte se habría echado a llorar

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Si Zoya hubiera seguido insistiendo, Charlotte se habría echado a llorar. No estaba lista para hablar de él, y tal vez nunca lo estaría.

—Señorita de Langlois, debéis quedaros aquí... —comenzó el anciano sirviente, pero Zoya lo cortó.

—Ella viene con nosotros. ¡Terrible sería quedarse sola con un evento así!

El hombre tragó saliva, demasiado intimidado para contradecirla. Con un gesto, indicó que las damas debían seguirlo. Zigzaguearon por los alfombrados pasillos del palacio, mientras la señorita Ananenko maldecía entre dientes haberse manchado el vestido con el relleno del dulce que había comido.

—¿El señor Vasiliev no era el que me mostraste en el Salón? —preguntó Charlotte, al tiempo en el que corrían detrás del sirviente— ¿Por qué alguien haría algo así?

—No lo sé —replicó Zoya, a pesar de la mirada suspicaz en sus profundos ojos azules que decía lo contrario.

La chica no tuvo tiempo para responder, pues el hombre se detuvo frente a las grandes puertas de la sala en la que habían estado casi una hora atrás. El criado pidió a los guardias que la abrieran, y las dos damas entraron.

El salón, anteriormente repleto de parejas danzantes al compás de la música, era un caos. La gente estaba apiñada en las ventanas, atentos a lo que ocurría en los nevados jardines. Las jóvenes se unieron a la gran multitud de cortesanos, quienes todavía conservaban sus máscaras del baile.

A pesar de que algunas personas aún estaban sentadas con copas de champaña entre los dedos, la mayoría miraba a través de los cristales. Incluso en la oscuridad de la noche, se podía vislumbrar dos siluetas... y un cuerpo tendido en el blanco del hielo invernal.

Era un cadáver, y dos hombres lo levantaban para llevarlo dentro.

—¡Es horrible, horrible! —exclamaba una muchacha pelirroja a su lado— ¿Qué clase de monstruo haría algo así?

—Algún hombre de la Emperatriz —susurró Zoya al oído de Charlotte.

Ella estuvo a punto de preguntarle la razón hasta que indicó las expresiones del resto. Más que horrorizados como la chica de cabello rojizo, estaban fascinados, como si estuviesen viendo un espectáculo.

—La Emperatriz es una mujer poderosa —continuó—, y por tanto tiene que protegerse. Enviando a Siberia a los rebeldes o... encargándose de ellos con sus hombres, como fue el caso del señor Vasiliev.

—¡Ah, señorita Ananenko! —sonrió la joven de pelo llameante dirigiéndose a ellas, haciendo una pequeña inclinación— No os había visto. Y... ¡vos debéis ser la señorita de Langlois! ¡Bienvenida a la Corte!

Charlotte se ruborizó ligeramente y correspondió la reverencia.

—¿Qué creéis de esto? ¿Será obra de rebeldes?

Los grandes © [DNyA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora