—¿Conocéis a Violette de Rubin? —preguntó Charlotte, tras engullir uno de los dulces de la adornada mesa de Zoya.
—Querida —sonrió ella con melosa dulzura—, si te he invitado a desayunar, es porque quiero que me cuentes todo sobre ti, no que vengas con nombres extraños. Ya han pasado quince días y ni siquiera me has dicho cómo se llamaba tu prometido.
La rubia tragó saliva con inseguridad. Pues claro. Ella debía de estar muriendo por saberlo desde el principio. Sin embargo, no podía explayarse. En Versalles no lograba controlar su lengua, lo cual fue corregido con dureza por parte de su madre. Con solo hablar de su pasado, aquel defecto podría florecer nuevamente, y le contaría todo. Desde las travesuras que hacía con Louise y Fleur hasta los siniestros planes de su madre. En especial cuando su alma añoraba un hombro en el cual desahogarse.
—Su nombre era... Bénigne —mintió, intentando mantener la expresión indiferente ante el recuerdo de Armand y el hecho de no estar diciendo la verdad—. Conde Bénigne de Saguet.
—Vaya, eso es un avance. ¡Prosigue!
En el rostro de la señorita Ananenko se leía con facilidad la satisfacción de haber logrado sacarle algo después de tantos días. En su postura se denotaba su interés.
—No estaba enamorada de él, pero me era simpático. Tenía ese aire de simpatía; de aquellos que te pueden sacar una sonrisa fácil. A menudo lo hacía. Era cariñoso y afable y... tierno. Es una pena que le hayan matado.
—¿Quién dice que le han matado? No le viste morir; no hay pruebas de que aquellos locos que irrumpieron en Versalles le hayan quitado la vida. Quizá los plebeyos le secuestraron para celebrar rituales satánicos o algo así.
—Santo Dios, Zoya. Deberías dejar de pensar esas cosas.
La verdad es que aquellos tres meses en Inglaterra habían significado un cambio completo para Charlotte. No solo por haber dejado el ambiente de la Corte por primera vez en su vida, sino que también por lo que veía en los rostros del resto, tan alejados del lujo y la riqueza. Se sentía extraño, pero en definitiva no celebraban rituales satánicos con nobles o practicaban el canibalismo a falta de pan, como había creído cuando estaba sumida en la completa ignorancia.
—Solo es una idea. Al fin y al cabo, también te gustaría que estuviese vivo. Ahora, ¿puedes continuar? No creas que me contento con tan poco.
—No sé qué es lo que quieres. ¿Puedes responderme a mí?
Zoya reflexionó un momento.— No conozco a ninguna señorita de Rubin.
—¿No? —repitió, dudosa.
No conocía la razón, pero su madre le había pedido expresamente que encontrara a la prima de Fleur, una de sus amigas más cercanas cuando todo en su mundo era paz. Lo poco que recordaba de Violette era que era una bastarda, por lo que había viajado a Rusia para casarse con honor. Después de ello, ni Fleurie ni su hermana pequeña supieron más de ella, salvo por un par de veces que envió bocetos de los paisajes del Imperio. Su recuerdo se desvaneció en pocos meses, y las hijas de la condesa de Rubin no mencionaban nada al respecto.
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Los grandes © [DNyA #1]
Narrativa StoricaCharlotte quiere ser libre. Es una pena que los que pelean por la libertad quieren matarla. 1789. Con el estallido de la ahora llamada Revolución Francesa, la familia de Charlotte de Langlois escapa a Inglaterra, intentando evitar la muerte segura q...