Marzo estaba por comenzar y, a pesar de que el hielo aún no desaparecía por completo, el señor Bezpálov se las había arreglado para conseguir un ramo de flores. Nadya le miró con expresión coqueta.
—Esas no serán para mí y mi maravillosa recuperación, ¿verdad? —murmuró con el sarcasmo notable en su voz. Su cabello rojo flotaba sobre sus hombros mientras comía un pastelillo, como si la fiesta en la que había cundido el pánico no hubiera ocurrido dos días atrás y estuvieran desayunando como todos los días.
—Me temo que no, querida prima.
—No puedo creer que hayas necesitado un día completo para poder reponerte. ¿En qué situación has metido la pata de tal modo que no te has atrevido a mostrar tu rostro en la Corte por veinticuatro horas?
—En el Baile se escuchó un disparo —dijo él, más como una declaración que una respuesta—. Todos han necesitado tiempo para entender que habían sido un error. De todos modos, yo fui el que encontró el cadáver del señor Deznev cerca de los apartamentos de la Emperatriz, al igual que el cuerpo inconsciente de la señorita de Langlois.
Ella soltó una carcajada apagada al escuchar el nombre de la francesa.
—Tenía fe en ti. ¿Es que nunca puedes tener una buena noche, sin que tú u otros la arruinen metiendo la pata?
—Al parecer todos son días malos para mí —concordó con una risita, pasándose una mano por el desordenado cabello castaño.
La verdad era que la noche de la fiesta había sido un caos. Encontrar el cuerpo inerte y desangrado de un anciano tan cerca de los aposentos de la zarina había hecho que el miedo poseyera a cada uno de los nobles en el Palacio, y descubrir que en el mismo lugar la visitante francesa había sido herida de bala y hallada inconsciente junto al hombre que —según lo que había dicho Leonid— era el jefe de los sicarios del trono solo lo había acentuado. Había recaído en los hombros de Sergéi esclarecer la información, pues él había sido el primero en llegar.
Daba gracias a Dios por haber podido improvisar una historia oficial y creíble, tanto que había durado un día. Solo podía esperar por más. Había mentido por la señorita de Langlois, y si alguien descubría la verdad morirían ambos.
Era una de las ocasiones en las que el lado sensato de Sergéi deseaba propinarle una patada a la otra mitad. Había sido estúpido, sí, pero no podía evitar pensar que Charlotte no tenía la culpa. Había algo que no entendía y, hasta que llegara el día en el que llegara al fondo del asunto, ninguno de los dos conocería la calma. Además, Leonid se proponía matarla, lo cual no hacía más fáciles las cosas.
No estaba seguro de si era buen momento para preguntarle si quería ser cortejada por él, y las flores terminaban por hacer su apariencia aún más ridícula. Sería patético para el ruso una negativa por parte de ella, pero nada perdería al intentarlo. Claro, quizá la dignidad, pero ya tenía demasiada mala fama en la Corte como para preocuparse por ello.
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Los grandes © [DNyA #1]
Historical FictionCharlotte quiere ser libre. Es una pena que los que pelean por la libertad quieren matarla. 1789. Con el estallido de la ahora llamada Revolución Francesa, la familia de Charlotte de Langlois escapa a Inglaterra, intentando evitar la muerte segura q...