XXI: Qué bello es odiar las reuniones familiares

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Leonid Vyrúbov parecía haberse desvanecido en el aire

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Leonid Vyrúbov parecía haberse desvanecido en el aire. Le enrabiaba que la gente desapareciera así cuando la necesitaba. Hay gente que los requisa, pero no parecen darse cuenta de ello. Lo detestaba.

Pasearse con el cabello deshecho tampoco contribuía a levantarle el ánimo. Lograba escuchar las risitas de aquellos con los que se cruzaba, pero no les dio importancia. Ya estaba acostumbrada a ellas —con su historial familiar y el drama de su padre, era difícil no hacerlo— y, de todos modos, tenía cosas más importantes que hacer.

Una criada se cruzó en su camino. Era pequeña, menuda y de facciones asustadizas, y corría hacia la joven con su piel tintada de una palidez aterrorizada.

—¿Qué te pasa? —le espetó Zoya con furia.

—Perdonadme, señorita, yo...

—No importa. ¿Sabes dónde está Leonid Vyrúbov?

—Creo que se dirigía a vuestros aposentos, señorita.

Oh, vaya. No había escuchado esa frase en años. La última vez fue cuando Leonid y ella tuvieron relaciones, para nunca más estar juntos de nuevo en un lecho. Aún recordaba al tacto las cicatrices de su pecho; gruesas y profundas a la vista, pero suaves bajo la yema de sus dedos, y le sacaba una sonrisa cada vez que ella las besaba. Ese era uno de los pocos momentos que recordaba con nostalgia.

Pero ahora era completamente diferente. ¿Qué insinuaba? Debía saber que Charlotte se encontraba allí —más le valía estar ahí por la señorita de Langlois, sino, le reventaría en la cara más de una copa—, mas dudaba de la razón por la cual lo sabía. ¿Era un espía? ¿Un chismoso? ¿Un hombre con místicos poderes para escuchar todas las conversaciones del Palacio? Bueno, tal vez eso último no. No obstante, no dejaba de resultarle sospechoso. Leonid era alguien a quien debía ponérsele ojo.

Dobló hacia la izquierda con premura, dirigiéndose hacia sus aposentos. Sin embargo, se sorprendió al ver por detrás a cierto rubio al final del camino.

Avanzó a grandes zancadas mientras levantaba los pliegues de su vestido, su despeinado cabello oscuro ondeando hacia atrás. Ese imbécil no se escaparía como un cobarde.

—¡Leonid Vyrúbov! —vociferó con impaciencia. A pesar de su grito, él desapareció de su vista al girar a la derecha.

Siguió sus pasos con la copa en sus manos lista para ser arrojada. No obstante, no se encontró con quien se esperaba, sino un rostro que no había visto —ni deseaba ver— desde la Temporada del año anterior.

—Señorita Ananenko —saludó Aléksei Pravikin con cierto tono despectivo.

—Oh, me encanta ese amor de familia. ¿Qué quieres?

—No lo sé, ¿saludar a mi pariente, quizá?

—No me creas tan idiota como tu prometida, querido primo. ¿Por qué estás aquí? ¿Ya has terminado con tu viaje por el Imperio apostando toda la herencia de mi tía?

Los grandes © [DNyA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora