No era buena idea asistir a un baile la noche del sábado. En especial porque los servicios religiosos en la Corte implicaban estar presentable a las nueve de la mañana.
Aunque era de los pocos cortesanos que no ingería alcohol, compartía la resaca de su mejor amigo sin razón alguna, como por arte de magia. Quizá no había sido buena idea sugerirle que bebiera toda esa champaña después del incidente con la señorita de Langlois.
Fuera de la iglesia, hacía un frío penetrante. Leonid se subió el abrigo, intentando, de paso, esconder su rostro de las miradas curiosas. No habría sido la primera vez que sus emociones lo traicionaban mostrándose en su expresión, y mucho menos quería que ocurriera después del incidente de la noche anterior.
Sin embargo, no contó con que Zoya Ananenko salía de la parroquia en ese momento, y sus penetrantes —hasta el punto de irritar— ojos de zafiro se toparon con él. En su andar se revelaba la refinación y elegancia propias de ella.
Nunca podría entender por qué Sergéi estaba tan locamente enamorado de ella. Tan solo con su caminar se adivinaba que era odiosa.
Y, maldita sea su suerte, se acercaba a Leonid.
—Buenos días, señor Vyrúbov —saludó con fría cortesía.
—Buenos días, señorita Ananenko.
Su cuello de piel de armiño realzaba de alguna manera su pequeño busto. ¿Por qué reparaba en eso? Era más fácil fijarse en cualquier otra parte de su cuerpo que en su perturbadora mirada azul.
—¿Qué opináis de lo que ocurrió anoche? —preguntó, rompiendo el silencio entre ellos mientras el resto de los cortesanos salía de la capilla.
—¿Por qué?
—Sois el único que no vio lo que ocurrió. He de suponer que, sin haber presenciado todo el asunto, tenéis una visión más completa escuchando al resto.
—No soy fanático del chisme, señorita.
Ella reprimió una sonrisita.— En todo caso, digo la verdad al notar que no estuvisteis en el salón para cuando fue hallado el cuerpo del señor Vasiliev.
Oh, no. Zoya había metido sus narices en donde no debía. Asustado, Leonid intentó irritarla con lo que le había servido durante más de dos años.
—Zoya...
Sorprendida por escuchar su propio nombre brotar de los labios del joven durante un momento, se olvidó por un instante de pedirle la opinión a Leonid sobre la muerte de Vasiliev. Aliviado por el cumplimiento de la rutina, ni siquiera se inmutó cuando la señorita Ananenko lo tiró hacia un lugar apartado y le dio una bofetada con sus manos enguantadas.
—¡No tenéis derecho a llamarme por mi nombre cristiano!
—Señorita Ananenko, acabamos de oír misa y venís a abofetearme.
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Los grandes © [DNyA #1]
Historical FictionCharlotte quiere ser libre. Es una pena que los que pelean por la libertad quieren matarla. 1789. Con el estallido de la ahora llamada Revolución Francesa, la familia de Charlotte de Langlois escapa a Inglaterra, intentando evitar la muerte segura q...