—No te muevas —gruñó Zoya contra su pecho.
No era fácil quedarse quieto en medio del salón mientras la melodía flotaba en el aire como la humedad después de la lluvia. Las parejas bailaban a su alrededor mirando extrañados a una joven de luto, casi una viuda, agarrada a su antiguo prometido como si estuviese feliz de su muerte.
Tenía toda la razón al estarlo. Oleg Sutulov la había tratado como un desperdicio. La Zoya que él conocía nunca lo habría permitido. Sin embargo, comenzaba a plantearse que podía tener rostros de cuya existencia no tenía ni la menor idea, tal como los que ella estaba comenzando a descubrir en él.
Tenía miedo. No se había aventurado a contarle sus secretos a nadie más que a Sergéi y, a pesar de que mantenía cierta confianza con la señorita Ananenko —como una especie de amiga, enemiga y grano en el trasero al mismo tiempo—, no quería incluirla en esa categoría. Después de esa noche todo lo que debía esconder desaparecería de su vida, y la disfrutaría como siempre tuvo que haberlo hecho. no le importaba que fuera por poco tiempo antes de morir en manos de uno de sus compañeros como el señor Vasiliev que había perecido en las suyas.
Ahora, con la mejilla de Zoya contra su nervioso corazón, se sentía extraño. Parecía como si los dos últimos años no hubiesen ocurrido y siguieran juntos. No se sentía... correcto. Ignorar el quiebre de su compromiso era un error.
Podía percibir su furia, opacada por la euforia del momento reinante en el frío aire de la noche. Si le hubieran ofrecido la oportunidad de matar al joven que bailaba con ella, lo habría hecho con gusto. Pero algo más se encontraba en su mirada azul: calma. Una paz tan perfecta que no podría haber visto en otro lugar más que en sus ojos de zafiro.
Alejó su rostro de ella. Era una adicción peligrosa, en especial sabiendo lo atrayente que era su bruto carácter y lo mucho que —muy a su pesar— echaba de menos el tiempo que habían estado juntos. Pero las cosas habían cambiado y nada sería igual entre ellos. Sumado a eso, el drama que había suscitado en la Corte la muerte de Oleg Sutulov no traería consecuencias favorables para ninguno de los dos. Zoya pronto se convertiría en una princesa desterrada de la Corte, desamparada y condenada a tener un empleo como cualquier campesino corriente tendría.
Sus ojos se toparon con Sergéi y la señorita de Langlois al fondo del salón. Él no parecía darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. No deseaba arruinar sus ilusiones con la francesa, pero alguien iba a hacerlo tarde o temprano. No quería que se enterara cuando ella estuviera bañada en sangre imperial y ya hubiera matado a la zarina.
Los pasos de Zoya le obligaron a apartar la mirada de la pareja. Al parecer, sus reflexiones habían sido delatadas por su rostro pues, al volver los ojos a la señorita Ananenko, ella le plantó un pisotón en el pie izquierdo con toda la fuerza posible.
—Estás distraído —fue su única explicación—. Concéntrate.
No era tan fácil enfocarse en bailar cuando su pareja había querido quebrar los dedos de sus pies a propósito.
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Los grandes © [DNyA #1]
Historical FictionCharlotte quiere ser libre. Es una pena que los que pelean por la libertad quieren matarla. 1789. Con el estallido de la ahora llamada Revolución Francesa, la familia de Charlotte de Langlois escapa a Inglaterra, intentando evitar la muerte segura q...