Epílogo: La triunfante vuelta de una amante de los cuchillos

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El cuello del vestido de luto comenzaba a molestarle

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El cuello del vestido de luto comenzaba a molestarle.

Habían pasado dos meses con ese maldito traje negro, y aún así el tiempo de lamento no parecía terminar nunca. Al menos realza mis ojos, se consolaba con tristeza. Se había permitido llevar los mejores vestidos para llorar —muy en contra de su voluntad— a su padre y a su prometido, a pesar de que la reducida herencia que había recibido sufriría las consecuencias.

Pero ese día Zoya no se permitía llorar por más que su apariencia. Cada día que pasaba significaba un día menos pareciendo una viuda patética.

Un día menos para dejar la Corte. La Temporada de Invierno estaba por terminar y, si a la señorita Ananenko no se le ocurría alguna mentira o excusa para quedarse en el Palacio, abandonaría ese lugar para siempre, y no vería nunca más a Charlotte, o al señor Vyrúbov, o al señor Bezpálov... Demonios, incluso pensaba que extrañaría a Aléksei.

Era la vida que había conocido, y ahora estaba destinada a dejar. Claro, no podía tener mejor suerte con esa. No tenía talentos más que su maravillosa personalidad y saber insultar a la gente con propiedad. ¿Había algún trabajo para una noble empobrecida con esas características? Lo dudaba.

Pero no sería dramática ese día. Ya había bastante tiempo para ello el resto de su vida. Ahora debía enfocarse en atesorar los momentos que le quedaban, incluso si solo se reducían a ganarle en el chaquete.

—Es hora de socializar con el resto de los cortesanos, ¿no crees? —murmuró a Lottie mientras se dirigían al salón.

Ella asintió en silencio. Una joven iba a ser presentada ante la Emperatriz, una dama traída de Moscú dotada de —según decían rumores— los más exquisitos modales. Una chica había cumplido los quince años, quizá. Tal vez una amistad futura si es que era de la gente que soportaba el fabuloso carácter de Zoya, como Charlotte.

Cuando las puertas se abrieron ante ellas, la habitación estaba atestada de gente. Las conversaciones flotaban en el aire, y transcurrieron unos minutos hasta darse cuenta de que las amigas habían sido desplazadas casi hacia el centro de la sala. Al menos podrían ver de cerca la presentación de la recién llegada.

Un carraspeo sonó a su derecha. Leonid y su torpe amigo se encontraban junto a ellas, expectantes.

—Buenos días, señorita Ananenko —saludó con una pequeña reverencia—. Señorita de Langlois.

Ella correspondió sin demasiado ánimo. Sergéi repitió el saludo, pero no obtuvo reacción diferente.

—He oído que viene de Francia —agregó, poniéndose al lado izquierdo de Lottie.

La expresión de su amiga se endureció. Sabía lo que significaba para ella. Una francesa —quien, si lo era, de seguro recordaría a la señorita de Langlois— era rememorar el pasado. El secreto de lo que había pasado en el Baile del Aniversario había sido guardado entre ellas dos y el señor Bezpálov, y ni una sola palabra se había escapado. Habían tenido extremo cuidado. No quería que el pasado saliera a flote de nuevo.

—Sabéis que ya ha sido presentada, ¿verdad? —comentó Leonid. Oír su voz por primera vez en el día casi terminó por darle un escalofrío. Era una sensación extraña.

—¡¿Entonces qué hacemos paradas aquí, como idiotas?! —vociferó ella, ganándose algunas miradas por parte del resto de los nobles—. ¡La dichosa señorita no se digna aparecer!

—Está hablando con mi prima —susurró el señor Bezpálov. La voz del castaño era casi inaudible entre la multitud.

Era cierto. Al lado del llameante cabello de la señorita Ulianova, había una dama que no reconocía. El rostro no se le veía desde donde el cuarteto se encontraba, pero sobre su cabeza oscura había hermoso cabello oscuro peinado de un modo que Zoya no podía más que elogiar. Quizá era del sur del Imperio o, como decía Sergéi, una francesa.

—¿Alguno de vosotros, inútiles, ha oído su nombre?

—No. Fue extraño. Se presentó sin chaperones o conexiones que pudieran relacionarla con la Corte.

Nadezhda Ulianova volvió la mirada al grupo con expresión alegre. Acto seguido, se acercó a ellos, con la recién llegada de la mano.

—¡Mirad, he hecho una nueva amiga! —exclamó con gozo.

Zoya contuvo un insulto. Casi le daba vergüenza ajena la actitud infantil de la hija del barón Ulianov pues, considerando que le quedaban pocos meses para cumplir los diecisiete, debía hacerse a la tarea de salvar el prestigio de la familia. El señor Bezpálov había fracasado estrepitosamente en ella.

Miró de arriba abajo a la nueva dama. Era de delgadez impresionante, casi denotando desnutrición, y sus clavículas sobresalían demasiado en su impecable vestido blanco marfil. Su nariz aguileña ocupaba parte considerable en su rostro, pero de todas formas sus facciones se veían maravillosamente exóticas. Una sonrisita asomó en sus labios carnosos, y cuando al fin levantó la mirada, Zoya casi retrocedió un paso por la sorpresa.

Su ojo derecho era color azabache, mientras el iris izquierdo reflejaba un suave avellana. Había desaparecido la ictericia de su piel y se había vestido con algo más que harapos, pero no podía esconder la mirada que la señorita Ananenko era capaz de reconocer en cualquier lado.

—¿No son divinos sus ojos? —admiró la señorita Ulianova—. ¡Bellísimos, claro que sí! Debéis conoceros, señorita de Langlois. Es francesa, como vos.

—Creo que ella también puede hablar, Nadya —le susurró Sergéi por lo bajo, a lo cual ella replicó con un pisotón. Buena chica.

—No... —comenzó Lottie, pero las palabras le faltaban.

La comprendía. Había asumido que esa mujer había desaparecido del mapa tras el asesinato, pero allí estaba, en carne y hueso, dispuesta a echar a Zoya de la Corte a toda costa y, si lo que intuía era cierto, hacer realidad los peores temores de Charlotte de Langlois.

—Resulta que llegó aquí un par de años antes de la Revolución y se instaló en Moscú, ¿no suena divertido? —continuó Nadya, ignorando las interrupciones—. ¡Y nunca había cruzado miradas con ella en las reuniones! ¡Vaya tragedia!

—¿Cuál es vuestro nombre, señorita? —preguntó Leonid.

No. No preguntes. Calla y vivamos en calma por el mayor tiempo posible.

—Violette de Rubin, un placer.

[FIN DEL PRIMER LIBRO]

[FIN DEL PRIMER LIBRO]

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Los grandes © [DNyA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora