Charlotte quiere ser libre. Es una pena que los que pelean por la libertad quieren matarla.
1789.
Con el estallido de la ahora llamada Revolución Francesa, la familia de Charlotte de Langlois escapa a Inglaterra, intentando evitar la muerte segura q...
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Si había algo que Sergéi odiara más que el estúpido perro de su prima, era despertar con las cortinas abiertas después de una noche con demasiados tragos.
Si iba a ser sincero, había sido su culpa. Dejar una botella de vino demasiado cerca de Leonid era un peligro para la sociedad. Había caído en la trampa de su amigo, y la resaca se encargó de recordárselo cuando la luz pálida del cielo nublado iluminó la habitación de Sergéi Bezpálov.
—Buenos días —saludó con alegría Ulana abriendo las rojas cortinas de terciopelo.
Sergéi intentó mantener los párpados cerrados, mas la luz le molestaba demasiado.
—¿Qué tiene de buenos? —gruñó él, abriendo los ojos.
Sergéi se incorporó en la cama con cierta sorpresa.— ¿Cómo lo sabes?
—Oh, por favor. Os irritáis muy fácil después de una noche de borrachera.
Él supuso que tenía razón, aun cuando la culpa había sido de Leonid.
—Preparaos —agregó Ulana—, hoy es un día muy especial.
—¿Por qué?
—O al menos para vuestra prima lo es —dijo sin contestar la pregunta de Sergéi.
Oh.
Oh, no.
Sin poder tener tiempo para prepararse para el encuentro —o siquiera ponerse ropa decente— el joven vislumbró una melena pelirroja abrir con fuerza la puerta de su dormitorio.
El muchacho solo tuvo tiempo de esconderse bajo las sábanas antes de que ella lo tomara del brazo.
—¡Son las diez de la mañana y aún no estás vestido!
—Porque son las diez de la mañana —murmuró Sergéi en respuesta—. No vas a esperar que yo me levante ahora.
—Nada de excusas. Si tengo que obligarte a prepararte para ir al Palacio, querido primo, lo haré con gusto.
—¿Por qué tan emocionada por ello, Nadya?
—¿Es que no has puesto atención en los últimos días, Seryozha? ¡Hay un baile en un par de días!
—¿Un baile? —repitió su primo, anonadado.
Le gustaban las reuniones y conversar con el resto, pero un baile... Digamos que Sergéi no era precisamente bueno con los pies. En el último, le tuvo que pedir perdón a la señorita Ananenko al menos unas seis veces.
Ulana soltó una risita mientras ordenaba las ropas de Sergéi. Nadezhda suspiró, sobrepasada por el desinterés de su primo en los acontecimientos sociales.