—Eso duele —gruñó Leonid, apartando la mano de la criada de su nariz.
No había sido agradable estar inconsciente en los jardines durante una noche fría, en especial cuando el resultado de ello solo fue un chichón, una nariz ensangrentada e irritación contra la cortesana que le había ocasionado todo eso. Lo único que se temía era que dicha señorita ni siquiera se había dignado dirigirle la palabra en todo el día siguiente al incidente.
—Perdonadme, señor Leonid, pero el médico...
—Sí, sí, lo sé —asintió, pasándose una mano por el rostro con cansancio—. Llama a la señorita Ananenko, por favor.
Ella asintió con gesto tembloroso. En ese instante, él se dio cuenta de que era la misma chiquilla que le había visto matar a Nelli, la antigua sirvienta de la señorita de Langlois.
Había cometido demasiados errores, eso era obvio, pero no haría las mismas estupideces que alguna vez había hecho. Nunca más. Estaba firme en su propósito, y ya le daba igual que alguien amenazara la Corona si es que no le afectaba a él. De todos modos, nunca había sido un héroe, y debía dejar de pretender que lo era.
Considerando que el señor Deznev, después de mil años vagando por este mundo, había pasado al otro en tan desafortunadas circunstancias, al fin podía gozar de libertad. No se escabulliría en las noches para quitarle la vida a aquellos que estorbaban el progreso del país. No sería más un ladrón de secretos. No se convertiría en un asesino despiadado cada vez que alguien le daba la orden.
¿Por qué, entonces, se sentía como un inútil? Debía sentirse aliviado. Ya no era su obligación preocuparse de conspiradoras que ansiaban los cortejos de su mejor amigo y, en definitiva, nunca más lo haría. De todos modos, no era un héroe. Era solo un muchacho al que le habían quitado demasiado.
A pesar de sus numerosos intentos para poder explicarle lo que había ocurrido la noche anterior, Zoya Ananenko parecía haberse tomado en serio la promesa de no volver a hablarle hasta escuchar la verdad. ¿Cómo se la revelaría si no le daba la oportunidad? Bueno... no es que estuviera demasiado emocionado por hacerlo. Ella se entrometía tanto en las vidas de otros que haber escondido su pequeño secreto de sus oídos era todo un logro.
No había salido de su habitación y, a juzgar por el silencio al otro lado de la puerta, tampoco lo habían hecho los otros cortesanos. El alivio recorrió su expresión. Al menos no había nadie en los pasillos murmurando sobre el terror que causaba haber visto a una visitante francesa baleada, a un joven noble inconsciente y a un viejo cortesano muerto; todo en la misma noche.
Al menos la zarina no había sido asesinada. El único que podía saber algo sobre ello era Sergéi, pero si había encontrado a la señorita de Langlois herida de bala después de escapar del salón, no tenía caso preguntarle. Después de todo, él era digno de su confianza. Era la única persona a la que había dicho su asunto; podía estar seguro de su honestidad.
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Los grandes © [DNyA #1]
Historical FictionCharlotte quiere ser libre. Es una pena que los que pelean por la libertad quieren matarla. 1789. Con el estallido de la ahora llamada Revolución Francesa, la familia de Charlotte de Langlois escapa a Inglaterra, intentando evitar la muerte segura q...