9

178 26 14
                                    

Eran al menos sentimientos, sentimientos ardientes en los que latía un corazón. Desconcertado, sentí en medio de la miseria algo así como una liberación y una nueva primavera.
Herman Hesse. Demián
***

Pocas veces Joseph se había sentido tan nervioso como en esa ocasión. De frente uno al otro, compartían ese silencio a medias de las noches lluviosas. En el instante en que ella se atrevió a dirigirle la mirada podría jurar que su corazón daba un vuelco, ese mismo corazón que creía muerto hace mucho tiempo, pero que al parecer podía regresar a la vida si esos ojos avellana lo enfocaban por más de un segundo. Cuando no pudo disimular los nervios se puso de pie evitando seguir viéndole.

-¿Quieres algo de beber? ¿Puedo hervir un poco de agua y prepararte un té? Hace frio y ya nos hemos mojado bastante.

-No es necesario- respondió en voz baja- no quiero causarte más problemas.

-No digas tonterías, es lo menos que puedo hacer por ti después que tu...bueno... después de que me salvaras la vida- carraspeó.

-Ya. ¿No decías tú que simplemente había arruinado tus planes?

Desde la cocina, Joseph maldecía su suerte una y otra vez. Intentaba disculparse con ella pero no se lo estaba poniendo fácil. Dejó la tetera en el fuego y regresó al salón dispuesto a dejar su ego de lado y admitir que era un grandísimo idiota que no debía comportase con ella de esa forma. Se acercó al sofá y colocó sobre Beatrice una manta de parches tejidos.

-Ohh, gracias, es muy calentita- pasaba sus manos sobre la tela- y suave.

-Gracias, me tomó meses hacerla- respondió sintiéndose orgulloso.

-¿La hiciste tú? ¿Sabes tejer?

-No te sorprendas tanto. Hay muchas cosas que puedo hacer.

-¡Wooah! Es demasiado cálida- dijo envolviéndose mejor en la manta- y además muy bonita.

-Eres la primera persona que lo dice, a nadie le gusta.

-No sé por qué, es muy linda.

-Debes estar ciega- afirmó entre risas.

-A veces hay que aprender a ver con algo más que los ojos.

-¿Ehh?

-Esta manta es suave, cálida, huele a hogar, a comodidad, a sofá y películas. Son cosas que pueden parecer normales, cotidianas, pero que yo no puedo disfrutar mucho por mi trabajo. Entonces- prosiguió- estar envuelta en esta manta justo ahora me transporta a un lugar feliz, bonito, eso la hace no bonita, sino hermosa.

-Ese es un punto de vista muy peculiar Beatrice.

-Porque prefiero ver las cosas con amor, no solo con los ojos- sentenció y le guiñó un ojo, haciendo que el pobre corazoncito de Joseph se sobresaltara al instante.

Como salvado por la campana la tetera sonó avisando que el agua estaba en su punto. Se levantó a la velocidad de un rayo y fue disparado hasta la cocina.

-Joseph que te está pasando, relájate- dijo intentado auto convencerse de que no estaba nervioso para nada.

Una vez sentados ambos en la mesa del comedor se dispuso a hacer lo que estaba planeando todo el día.

-Beatrice- aclaró su garganta- necesito hablar de algo muy seriamente.

-Ok.

-Sé que el día del incidente no me comporté de forma correcta. Fui muy cruel contigo cuando no lo merecías. Cuando todo el mundo me hubiera ignorado tú tuviste la deferencia de auxiliarme y debía de haberte tratado de otra forma- hablaba atropelladamente como quien intenta escapar rápidamente de una situación.

-No te preocupes Joseph, si me enojé mucho en el momento, no lo voy a negar, pero entendí que es tu vida y tú eres dueño de tus decisiones. No sé qué motivos te llevaron a ese punto. Pero respeto que es tu vida y tú decides que hacer con ella.

-Pero no tenía motivo alguno para ser grosero contigo. Para bien o para mal me salvaste.

-No te preocupes, todo está olvidado. El pasado pisado- en ese momento alargó su mano a través de la mesa y cubrió la de Joseph.

El chico estaba en shock, esa aproximación, ese contacto, esa suavidad y esa calidez estaban haciendo estragos con su ritmo cardíaco. Al instante la electricidad regresó y pudieron ver sus rostros con detalle, el de ella impregnado de una dulzura casi maternal y el de él rojo y nervioso. Un panorama bastante adorable. Ambos se quedaron estáticos, sin separar sus manos, sin apartar los ojos y respirando a duras penas.

-Creo que ya me puedo ir a casa- rompió Beatrice aquel silencio que tanto decía- te estoy muy agradecida.

-No tienes que agradecerme nada- ella quitó su mano y se puso de pie- Al menos déjame acompañarte hasta tu casa.

***
Afuera ya no llovía, tal pareciera que todo había sido una confabulación para juntarlos aquel sábado de septiembre. Tras unas cuantas calles llegaron al edificio de Beatrice. No habían vuelto a hablar desde que salieron del departamento de Joseph.

-Supongo que ya saldaste tu deuda Joseph, ya puedes dormir tranquilo- dijo ella presionando el botón del ascensor.

-Ojalá- ella lo miró con curiosidad- digamos que no suelo dormir muy bien por las noches.

-¿De veras?

-Sí, pero esa es una larga historia- el ascensor había llegado y ella entró en él aun manteniendo contacto visual. Cuando las puertas estaban por cerrarse del todo ella puso su mano.

-Quizás un día de estos me la puedas contar- la expresión de Joseph la hizo arrepentirse de aquello, él claramente no esperaba esa propuesta- Quiero decir...no en plan cita, más bien...como...como quedar...hablar y eso.

-Me...me parece bien. Un día de estos quedamos.

Finalmente el ascensor cerró y Beatrice desapareció de su campo visual. Dejó escapar todo el aire que retenía y una vez fuera alzó la vista hasta la ventana que se acababa de iluminar y una cabellera castaña asomó para despedirse una vez más. Con cara de tonto Joseph correspondió el gesto y emprendió su camino de vuelta a casa sin dejar de sonreír ni un instante.

***

EGOÍSTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora