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"Me di cuenta de que las personas no somos tan distintas; de que nos une mucho más nuestra manera de sufrir que nuestra manera de amar."

César Ndjocu Davies, Alma No. 25
***

¿Qué tan rápido puede pasar una semana? Pregúntenle a ellos, que con cada hora se acercaban más y más. Las horas parecían minutos, los segundos pasaban desapercibidos.

Ella estuvo siempre puntual a la hora del desayuno, y en las tardes buscaba una excusa para no irse tan pronto. A él le gustaba la presencia de la chica más que la de nadie, Beatrice sentía lo mismo.

-Ya está, puedes abrir los ojos- le dijo al quitarle el último punto- ¿cómo te sientes? 

-Bien- mintió, le aterraba la idea de que ya no pasarían tiempo juntos.

Las vacaciones de Beatrice ya habían expirado, debía volver al trabajo, y Joseph ya estaba prácticamente recuperado; sus manos ya no dolían y acababan de retirarle el último punto de sutura. Cada uno estaba listo para regresar a su vida cotidiana, aunque ninguno tuviera muchos deseos de hacerlo. 

En esa semana que pasaron juntos prácticamente todo el tiempo, llegaron a conocerse mejor, sin embargo ninguno de los dos conocía a profundidad la vida del otro, todos los demonios que los aterrorizaban. Entre ellos no fluían tanto las conversaciones, eran más bien silencios, silencios de "me siento bien a tu lado". Y eso era mejor que cualquier cosa.

Ella no tenía ni la más mínima idea del caos que había sido la vida de Joseph, y por otra parte, él no imaginaba todo el llanto que la había roto antes de que pudiera esbozar esas hermosas y angelicales sonrisas que siempre iba regalando por ahí. Pero ¿para qué romper la atmósfera de calma que habían logrado con problemas pasados? Eso hubiera sido egoísta de parte de ambos.

Beatrice siempre caía dormida a la misma hora de siempre, justo después de almorzar, y a Joseph no le molestaba que cayera rendida sobre sus piernas, o que estas se le acalambraran, hasta se podría decir que le gustaba. En esos momentos aprovechaba para lanzar una mirada por su departamento que ya no lucía tan desoldado y frío, la luz que emanaba de ella era capaz de calentar todo en medio de ese invierno que estaba llegando.

¿Sabría ella la felicidad que derrochaba?

-¿Ves? No dolió nada- le reprochó con una sonrisa.

-Tenías razón- sentenció, respiró profundo y se llenó de valor- estaba pensado...

-¿Si?- alzó la vista de su botiquín.

-Ya que estoy recuperado...¿te apetecería ir a por un café? Necesito salir un poco de la casa- rascaba su nuca con impaciencia.

-Ohh- su expresión se consternó- es que, yo...tengo algunas cosas que hacer hoy- los ojos de Joseph reflejaron desilusión, ella se conmovió- ¿quieres venir conmigo? Luego podemos ir por ese café.

Joseph sonrió y fue a cambiarse.

***

-¿A dónde vamos?- le preguntó al atravesar la salida del edificio.

-Vamos a visitar a mi madre- se caló su gorro tejido y lo miró sonriente.

-¿A tu mamá?- le preguntó nervioso.

-Tranquilo Seph- le respondió riendo- no pasa nada, ella se alegrará de verme con un amigo.

Joseph estuvo tenso todo el viaje. No estaba preparado para conocer a la madre de Beatrice. Tampoco quería que ella malinterpretara las cosas. Él se sentía atraído hacia ella en cierta forma, pero no pensaba por el momento ir más allá, no quería dar cabida a sus sentimientos, no quería arruinar las cosas, no soportaría perderla a ella también. Se sentía como el Rey Midas de la destrucción, todo lo que tocaba simplemente se rompía, y no quería que también le pasara con ella.

Aún así no dijo nada, se quedó callado y la acompañó. Cuando fueron a por un ramo de flores incluso se ofreció a pagarlas.

Sin embargo, su desconcierto aumentó más todavía cuando, en ves de llegar a un pequeño barrio de casitas iguales y con jardines hermosos como el había pensado, el taxi los dejó justo a la puerta del cementerio.

***
Beatrice no hablaba, su cuerpo se estremeció un poco, Joseph tomó su mano en un impulso y no la soltó hasta llegar al lugar exacto.

Era tan desconcertante verla limpiar las hojas muertas sobre la lápida con una sonrisa en su rostro. Le contaba en voz baja como había ido su semana, se disculpaba por tardar tanto en ir, y sonreía, sonreía tanto que todo parecía demasiado surrealista.

-Tu...pero...tu...¿como puedes sonreír en una situación cómo está?- no pudo evitar preguntarle.

-¿A qué situación te refieres?- lo miraba con inocencia.

-Pues...tú sabes...estamos en un cementerio, tú madre está muerta- se arrepintió al momento de decir aquello de forma tan cruda. La palabra muerte era demasiado fuerte para él- ¿cómo puedes estar normal con respecto a eso? 

-Ohh, ya, bueno pues, me costó aceptarlo en un principio, pero comprendí que aunque su cuerpo marche, mientras ella esté aún aquí- señalaba su pecho- nunca estará muerta del todo, solo está lejos, por eso vengo aquí a hablarle. La gente no muere del todo si no los dejamos hacerlo.

-Enséñame- le dijo si más.

-¿Enseñarte?

-Si, enséñame a vivir Beatrice.

***

EGOÍSTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora