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"No siempre quien sonríe es feliz. Existen lágrimas en el corazón que no llegan a los ojos".

Jane Austen
***

Beatrice se levantó aquella mañana sin saber que hacer, era su primer día de vacaciones en mucho tiempo. Estaba completamente desubicada y su pequeño departamento se le hacía inmenso. Aquellas paredes desnudas y los escasos muebles que tenía se le venían encima. Se sentía realmente sola, algo que su poco tiempo libre no le había permitido concientizar del todo.

Es por ello que cuando su teléfono sonó se lanzó a por él, con la esperanza de que alguna de sus dos amigas hubiera decidido pasearse por la ciudad; pero en su lugar, era el nombre de "Agust" el que se reflejaba en la pantalla.

Cuando supo que necesitaba de su ayuda no lo pensó dos veces y emprendió rápidamente su camino, rumbo al hospital. Al atravesar las puertas de emergencias no podía dar crédito a lo que sus ojos le hacían ver.

-¿Está aquí?- preguntó. Era él- ¡Joseph! ¿Qué ha pasado criatura?

Solo veía sangre sobre sus manos y ropa, su corazón justo en ese instante se estrujó como hacía mucho no le pasaba. Sin dudarlo avanzó hasta el joven medianamente inconsciente, intentado esbozar una sonrisa para tranquilizarlo.

-Puedes irte Sophia, yo suturaré al joven- dijo decidida mientras tomaba unos guantes y veía como Joseph, con una sonrisa en los labios la reconocía antes de desmayarse.

-Es ella Gus, es la chica- le escuchó decir.

***
-¿Cómo te encuentras?- le preguntó tan pronto como abrió los ojos.

-¿Dónde estoy?- por instinto Joseph quiso frotar sus ojos con una mano, pero el dolor y las vendas se lo impidieron.

-Estás en tu casa, ten- le tendió una píldora y un vaso con agua- te ayudará a aliviar un poco el dolor- él la miraba totalmente desconcertado- nos diste un gran susto.

-¿Dónde están los chicos?

-Se tuvieron que ir, me pidieron que cuidara de ti en lo que ellos regresaban de la universidad. Tienes heridas bastante profundas, tuve que suturarte en ambas palmas, no podrás usar tus manos en unos cuantos días, al menos hasta que las heridas cicatricen un poco.

-Tendrás cosas que hacer, no quiero retenerte- intentó ponerse de pie pero se tambaleó al instante, ella acudió al momento y lo sujetó, con algo de esfuerzo, evitando que cayera al suelo.

-No te preocupes, no tengo nada que hacer. Me quedaré aquí hasta que ellos vuelvan. Incluso puedo venir a hacerte las curaciones, si quieres, claro- comentó un tanto avergonzada bajando la vista a sus pies, sus zapatillas blancas se habían manchado de un profundo rojo. Joseph, sentado en el borde la cama la miraba como quien contempla un diente de león, embargado con su delicadeza...pero con temor a deshacerlo ante el más mínimo toque.

-No quiero ser un impedimento para ti, de verdad.

-Basta de tonterías, estoy de vacaciones, no me molesta en lo absoluto cuidar de ti. ¿Quieres algo?

Dudó unos instantes- llévame al salón anda, veamos algo en la televisión en lo que llegan los chicos.

***
Al cabo de unas horas, que a ambos le parecieron eternas, Beatrice se armó de valor y, dejando su taza de té sobre la mesilla de centro se lanzó a preguntar aquello que le taladraba la mente desde que llegó al hospital y vio el estado en que se encontraba Joseph.

-¿Quieres hablar sobre lo que sucedió?- Joseph lanzó una sonrisa amarga.

-Se lo que estás pensado, y te digo que no, no intenté suicidarme. Fue un simple accidente.

-¿Un simple accidente? Joseph, llegaste al hospital con las manos desgarradas, llenas de heridas, cubiertas de sangre, eso no fue un accidente.

-Ya te dije que si. Olvídate de que eso ocurrió.

-No lo haré ¿Acaso no te das cuenta? No puedes ir por ahí intentando quitarte la vida cada dos segundos. Lo que pasó no fue un accidente.

-No quiero hablar de eso- Joseph mantenía la vista al frente, imperturbable, mirando al televisor.

-Si continúas por ese camino no vas a solucionar nada. Quiero ayudarte. Habla conmigo- estaba agotando la paciencia de su compañero.

-¡DIJE QUE NO QUIERO HABLAR DE ESO!- lanzó un grito y se puso de pie- ¡DÉJAME EN PAZ!- como por un instinto Beatrice retrocedió del susto.

-¿Por que eres así conmigo?- preguntó con un hilo de voz casi imperceptible. Al momento, Joseph se dió cuenta de lo que había hecho. Realmente no sabía hacer más que lastimar a los que se preocupaban por él.

-Yo, lo...lo siento, no quise gritarte, perdóname.

-Creo que venir aquí fue una mala idea- dijo Beatrice trabajando de ocultar sus lágrimas. Tomó su bolso de la encimera y fue hasta la puerta. Al colocar su mano en el picaporte la voz de Joseph, a sus espaldas, la detuvo.

-Fue una pelea, me lastimé las manos en una pelea- a los ojos de la chica Joseph no parecía el típico chico que iba por ahí golpeando a la gente- ofendieron a mi mejor amigo, no podía dejar que eso quedara así.

-¿Acaso no están poco mayorcitos para pelearse por insultos?- Si algo le molestaba a Bee en la vida, era la gente que ponía en peligro su integridad física por niñerías- Estoy seguro de que a su edad, tu amigo es bastante grande para defenderse solo.

-Él está muerto Beatrice, no puede defenderse.

Algo dentro de la joven se heló, no podía girarse y encararlo, tampoco podía mover su mano para abrir y marcharse. Simplemente se estremeció y, como si de un amigo suyo se tratase, fue capaz de sentir el dolor en carne propia, un dolor que no se le hacía tan indiferente como muchos pudieran pensar. Las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas.

Quiso disculparse en ese preciso instante. Más, unas voces provenientes del pasillo se adentraron en el departamento, chocando con una Beatrice totalmente paralizada, anegada en un silencioso llanto, y a sus espaldas, Joseph miraba al suelo, llorando también.

-¿Y aquí que ha pasado?- dejó escapar John en un susurro.

***

EGOÍSTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora