11

147 28 11
                                    

"Tardíamente, en el jardín sombrío,
tardíamente entró una mariposa,
transfigurando en alba milagrosa
el deprimente anochecer de estío"

José Ángel Buesa. Amor tardío

Beatrice.

Daba vueltas por el hospital. Caía la tarde y todo estaba demasiado tranquilo en aquel sexto piso. Pasé frente a una habitación vacía y no pude evitar acordarme de Joseph. Para mí, todas las habitaciones de hospitales eran iguales, y esa no era la excepción. Todo meticulosamente blanco, estéril, limpio, ordenado. Las persianas echadas dejaban escapar el sol por entre las finas rendijas, y la cama tan perfectamente tendida que no parecía real. Me acerqué y pasé mi mano sobre la suave tela, me senté con cuidado y, antes de darme cuenta, me acurrucaba cobre el colchón y cerraba los ojos, dejando que el cansancio hiciera el resto por mí, a veces sobrevivir a las guardias era una tarea titánica.

Soñé. Soñé con Joseph y con el océano. De pequeña tenia terror a ir a la playa, sentía que una vez que entrara al agua me ahogaría. Pasados los años ya no le temía tanto cómo antes, pero aun así nunca entraba en él, prefería verlo, olerlo, escucharlo, pero nada más, de lejos era más feliz. Sin embargo ahí estaba, de pie en la arena, mientras el chico sonriente mojaba sus pies y me indicaba con un gesto que me acercara a él:

-Míralo, es tan hermoso- decía- acércate.

-No puedo, me da miedo Joseph.

-No lo pienses tanto, yo estoy aquí, me quedaré a tu lado.

-¿Me lo prometes?

-Te lo prometo.

Con cierto temor tomaba su mano y avanzaba con él, poco a poco el nivel del agua iba subiendo, y nosotros, aún tomados de las manos, nos íbamos sumergiendo más y más.

De repente estábamos bajo el agua, todo era oscuro, no podía ver nada, solo escuchaba la melodía de un piano a lo lejos. Abría mis ojos y Joseph me miraba fijamente. Sin decir nada me abrazó y todo se sacudió. Una corriente de tristeza, dolor y sufrimiento se arremolinaba en mi cabeza conforme el abrazo se hacía más fuerte.

-Todo se va en la vida, amigos, se va o perece- decía una voz grave y hermosa que provenía de algún lugar.

El piano ahora se sentía más cerca, casi a mi lado, tocando una melodía suave y tierna. Y yo lloraba, lloraba por recuerdos que no eran míos, eran de Joseph. Negación, angustia, soledad.

-Se va la rosa que desates. También la boca que te bese. El agua, la sombra y el vaso. Se va o perece- continuaban diciendo, con la cadencia de quien recita un poema.

Sentía que si lo apretaba aún más contra mi cuerpo, esos recuerdos lo liberarían de su dolor. Y entonces me quedé sola. Ya no había mar, no había nada. Solo yo en un enorme espacio blanco con una mariposa en las manos. De fondo el piano seguía acompañado de esa misma voz grave:

-La mariposa volotea, revolotea, y desaparece.

Me levanté de golpe con las mejillas mojadas. Había llorado dormida. Jamás había tenido un sueño tan raro en toda mi vida. Ni siquiera sabría explicar de dónde salió ese poema que nunca había escuchado, ni esa melodía que tampoco conocía. Como respuesta un nuevo acorde volvió a sonar y aplausos dispersos y risas lo acompañaban.

-Beatrice ¿dónde estabas? Todos preguntan por ti. Ya ha comenzado.

-¿Comenzado?- cuestioné aún medio dormida.

-Espabila. Ya los niños están entrando a la sala. Todo está listo- Martha tomó mi brazo y me arrastró hasta el pequeño salón donde se habían reunido los pequeños pacientes del departamento de oncología.

Había olvidado que hoy vendrían, como parte de un proyecto cultural, unos voluntarios de la escuela de artes a entretener un rato a los niños que tanto lo merecían. Todos estaban dispuestos en pequeños asientos. Algunos eran de tan corta edad que estaban acompañados por algún padre o enfermera. Camila, la pequeñita de la cama 356 me hizo señas con su manita para que me sentara junto a ella. Había al frente un piano y un micrófono.

-¡Buenas tardes hermosuras! Me alegro mucho de que todos estén aquí con nosotros en esta magnífica tarde- dijo Paula, la jefa del departamento de pediatría- hoy les traemos algo un poco diferente a lo habitual, el señor mago está un poco enfermito.

Un "oww" colectivo se escuchó en aquel lugar despertando las risas entre los adultos.

-Pero les hemos traído a unos grandes artistas que vienen a regalarnos su música y sus letras. Recibámoslos con un fuerte aplauso.

Y entonces aparecieron dos jóvenes, aparentemente muy cercanos a mi edad. Uno de ellos, delgado con el cabello negro y rizado, tomó posesión del micrófono mientras aclaraba su garganta, a su lado, otro joven se sentaba erguido frente a un pequeño piano portátil, tronó sus nudillos y comenzó la melodía que reconocería perfectamente, era aquella canción que había escuchado en sueños.

-¡Hola pequeños! Muchísimas gracias por recibirnos con esos fuertes aplausos. Les traigo una pregunta- los niños miraban expectantes- ¿A cuántos aquí nos gustan las mariposas?- dijo entusiasta mientras él también levantaba su mano seguido de los demás niños.

-A mí me dan miedo- soltó una voz de fondo.

-Vaya...eso no me lo esperaba- confesó el joven en voz baja- yo que había traído un montón de poemas y canciones sobre mariposas- recostó su frente contra el micrófono.

-Pero Max- intervine- nadie ha traído mariposas de verdad, ¿a que si las imaginas con muchos colores y caritas sonrientes no dan tanto miedo?

-Pues...supongo que no-respondió el pequeño con una sonrisa tímida- puede continuar señor.

-Te debo una- susurró hacia mí guiñando un ojo.

Y sin más, el piano comenzó a sonar nuevamente y el chico a recitar, tal y como lo había prometido, un montón de poemas, canciones y hasta cuentos sobre mariposas. Debían de gustarle mucho.
Cuando la función terminó los niños de a poco fueron llevados a sus habitaciones. Yo me quedé a ayudar un poco en la recogida del salón.

-Así que mariposas...- dije acercándome un poco al chico- ¿te gustan?

-¡Mucho!- exclamó feliz- ¿A quién podrían no gustarle?

-A mí- dijo Max escudándose tras mis piernas. Ambos estallamos en risas mientras cargaba a la criaturita de tres años de edad.

- Por cierto, gracias por lo de hace un rato- dijo el chico pellizcando suavemente la mejilla de Max- no suelo trabajar con niños, y por un momento sentí que estaba perdido.

-No te preocupes, los niños suelen ser muy impredecibles, pero luego de unos años aprendes a manejarlos un poco, solo hay que ser pacientes.

-Por cierto, me llamo Tanner, pero todos me dicen Tae.

-Mucho gusto Tae, yo soy Beatrice. Bonita voz.

-Muchísimas gracias. Espero que todos lo hayan pasado bien.

-Estoy segura que sí. Antes de irme quiero darte las gracias de todo corazón. Es un gesto muy noble.

-No me agradezcas, todo ha sido idea de él- dijo señalando al joven que guardaba el pequeño piano portátil- yo solo vine a acompañarlo. ¡Gus! ¡Ven aquí hombre! ¡Te buscan!

El chico se dio la vuelta y se dirigió a donde yo estaba. Al momento de tomar mi mano una corriente de electricidad me recorrió el cuerpo.

-Soy Agust, mucho gusto.

EGOÍSTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora