Prologo

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El saber que no puedo salir de este maldito infierno me tiene harto. Eones sin poder abandonar este lugar para ir a la ciudad, divertirme, hablar con los humanos y todo por culpa del inútil de Uriel.

Ver a los demonios castigar a los malditos malnacidos de la tierra, es lo único que he hecho por siglos y siglos sin parar, resulta frustrante tener la misma rutina todo el tiempo.

¿Mi castigo? Es que no lo puedo cambiar.

—Oye Uriel —digo a la nada

Él no se encuentra aquí, pero se que puede escuchar claramente lo que digo. Mientras espero por su respuesta, una extraña sensación me empieza a invadir.

Y ahí está de nuevo, esa sensación de los humanos intentando llevarme a ellos, solo que algo se siente diferente esta vez. Un tirón en mi cuerpo me pone alerta ante cualquier situación que pueda suceder a continuación. Poso la espada con lentitud a un lado de mi trono en el momento en que otro tirón vuelve a invadirme.

—¿Qué quieres esta vez, Lucifer?

Escucho la voz de Uriel como si estuviera cansado de que le hablara. Lo cual es entendible, siempre que le hablo es para molestarlo.

Pero bueno, no me puede culpar por el hecho de que me aburra estando prácticamente aquí solo. Los muy desgraciados no vienen a visitarme.

Decido mantenerme unos segundos en silencio esperando otra vez por el tan aclamado tirón que no tarda en llegar.

—Estoy demasiado aburrido, Uriel —me pongo de pie —. ¿No puedo salir a divertirme? Aunque sea un ratito.

—¿Solo para eso me hablas? Tengo demasiadas cosas que hacer en el reino como para que me hagas perder el tiempo solo por eso —dice en un tono molesto —. ¿Algo importante que si tengas que decir?

Los tirones en mi cuerpo siguen, cada vez con más persistencia y de la nada escucho una voz y claramente sé que esa no es la voz de Uriel.

Por favor, Lucifer, ven a mi te lo suplico con toda mi alma. 

En ese preciso momento sé que voy a salir de aquí, me están liberando de mi condena y no puedo estar más ansioso por eso.

Mi cuerpo se llena de una adrenalina impresionante, cuando se que estoy a nada de salir de este infierno (literal) miro hacia arriba y recito mis últimas palabras por el momento a Uriel.

—Todos ustedes están jodidos


Luzbel en New York (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora