EPILOGO

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Por mi mente no deja de pasar el recuerdo de Luzbel. Lo mandé de nuevo al infierno, al lugar al cual no quería regresar. Todo esto es mi culpa y necesito solucionarlo.

He intentado mas de cinco veces en invocar a Luzbel, pero no puedo. Hay algo que estoy haciendo mal, hice todo tal cual lo hice la vez pasada, pero nada funciona.

En mi mesita de noche se encuentra un papel arrugado, lo tomo entre mis manos. Es la invocación a Sorath. Sin perder mas tiempo, hago el mismo dibujo que Luzbel hizo la vez pasada, recito la invocación. Solo espero que esto funcione.

—Agh ¿Otra vez tu humana? —una voz me sobresalta —¿Qué no tienes algo mejor que hacer con tu vida?

Frente a la ventana se encuentra Sorath, viendo hacia la oscura noche. Su mirada no se ha dirigido a mí en ningún momento, lo agradezco.

—¿Dónde está Luzbel?

Pasan varios minutos en los que todo a nuestro alrededor está en completo silencio, solo se escuchan las gotas de lluvia golpear con la venta. Por primera vez en lo que lleva de la noche, se gira a verme de una mala manera. Con pasos lentos y calculados se acerca, deteniéndose frente a mí.

—Después de regresarlo decides preocuparte por él

—No fue mi intención —aclaro —Solo quiero saber si regresó.

Me ve indeciso durante unos segundos.

—Si, regreso. Y gracias a ti ya no podrá volver a salir.

Agacho la mirada con temor, no me gusta la mirada que me da. Alzo la mirada para reclamarle, pero el ya no se encuentra aquí.

Tengo ganas de llorar, ya no se que mas hacer. Llevo días intentando traerlo a mí, necesito disculparme y decirle que yo también lo quiero, pero ya no se mas hacer.

Me recuesto en la cama. No quiero llorar, no ganaré nada con hacerlo, solo perder mas tiempo. Solo necesito que sepa que lo que le dije no era verdad, que él no era el responsable de todo lo malo que sucede; los únicos responsables somos nosotros mismos de nuestros errores.

Paso las manos por mi cara, por la frustración.

—Soy una imbécil.

—Si, yo también lo creo —suelto un grito antes la voz.

Frente a mí se encuentra Gabriel, viéndome fijamente. Los recuerdos de sus amenazas vienen a mi mente. Por temor me pego mas a la pared, él se da cuenta.

—Descuida, no te hare nada.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunto temerosa —Luzbel ya no esta aquí, se ha ido.

—Lo se y por eso vengo ayudarte.

¿Qué? ¿Cómo que va a ayudarme? Lo veo con desconfianza, como porque alguien que me amenazo con matarme por liberar a lucifer quiere ayudarme a liberarlo de nuevo, nada de esto tiene sentido.

—¿Por qué quieres ayudarme? —pregunto, dudosa

Suspira, pasa las manos por su cabello revolviéndolo.

—No lo se —se encoje de hombros —Tal vez me di cuenta de que si nosotros podemos ir y venir como queramos entonces porque él no podría —me ve fijamente —¿Quiere que te ayude o no?

Sin pensarlo dos veces asiento con la cabeza repetidas veces. No me importa lo que tenga que hacer, solo quiero que él salga y sea libre. Gabriel me extiende una pequeña piedra con símbolos extraños en ella, la tomo con desconfianza.

—¿Qué se supone que haga con esto?

—Eso te ayudara a sacar a Lucifer del infierno.

—¿Cómo?

—Solo tienes que decir la invocación mientras sujetas esa piedra en tu pecho —guarda silencio, me empiezo a desesperar —Tienes que desearlo con toda tu alma para que funcione.

Observo la piedra con fascinación. Cuando voy a agradecerle me doy cuenta de que ya no se encuentra en mi habitación.

¿Por qué desparecen de la nada?

Regreso mi mirada a el objeto celestial. Mi corazón está latiendo a mil, mentiré si digo que esto no me emociona. Mi pulso está temblando, incluso estoy muriendo de nervios.

Me preparo mentalmente para decir la invocación una vez mas y solo espero que esta vez sea la última. Atraigo la mano a mi pecho, la sujeto con fuerza. Mis ojos se cierran y como si las palabras estuvieran grabadas en mi mente, las empiezo a recitar sin la necesidad de leerlas.

—De profundis terrae. In extremis tenebris. Qui nati ubi tenebrae, ibi lucem perit. Rex tenebris fili ab igne inferni regem. Fratremque vestrum vires ad me: et ego dabo vobis sanguinem meum, anima mea et venter meus intremuit. Imple hebdomadam velle meum vobiscum in sempiternum, et erunt serve meus erit in tua potestate animam tuam in toto corde meo et in labiis meis. Invoco te, stella mane lucifer. Ego lux in tenebris aufer a me: veni mecum viderem ego dimittam vos, Princeps tenebris.

Empieza hacer demasiado calor en la habitación, pero aun así mantengo mis ojos cerrados. No quiero abrirlos y darme cuenta de que he fallado o que no lo deseaba con toda mi alma como yo pensaba. No quiero decepcionarme.

La intensidad de calor empieza a bajar poco a poco y de repente siento frio, incluso siento como mis manos se empiezan a entumir.

No quiero abrir los ojos, pero se que debo. Poco a poco voy abriendo mis parpados, todo se encuentra a oscuras. Es extraño porque yo recuerdo haber tenido el foco prendido. Aun desconfiada prendo el foco.

Una inmensa felicidad se apodera de mi al ver a chico de ojos grises delante de mí. Se ve desorientado. Observa todo alrededor con mucha precaución, sus ojos conectan con los míos.

Sin poder evitarlo me abalanzo a Luzbel, mis brazos rodean su cuello con tanto firmeza, no quiero soltarlo, pero parece que él no tiene las mismas intenciones que yo, porque me aleja de sus brazos.

—Yo lo siento mucho en serio —limpio mis lagrimas —Todo lo que te dije no es verdad, tu no eres el culpable de todo lo malo que me sucede. En serio perdóname, yo te quiero, Luzbel.

Me ve confundido, su mirada me analiza de arriba abajo.

—¿Tu quién eres?

¿Qué? Su pregunta me desbalancea por completo. Por la sorpresa doy dos pasos atrás viéndolo confundida ¿No sabe quien soy? ¿Cómo es eso posible?

—¿No te acuerdas de mí? —niega.

Varias lagrimas empiezan a bajar por mis mejillas de manera involuntaria. Me abrazo a mí misma, varios sollozos escapan de mi mientras me alejo. Él no recuerda nada, soy una idiota.

—Mierda, no llores —dice apresurado —Si te recuerdo Mackenzie, joder, solo estaba bromeando.

Se acerca a mi rodeándome con sus brazos, sigo sollozando hasta que caigo en cuenta de lo que dijo y empiezo a golpearlo como puedo.

—Eres un maldito idiota infantil —escucho su risa.

—Yo también te extrañe, Mackenzie —susurra, besa mi frente.

Lo abrazo por la cintura. No miento cuando digo que no quiero soltarlo

—Prométeme que no te volverás a ir, que no me dejaras solo nunca más.

—Lo prometo.

Me alejo de sus brazos uniendo nuestros labios en un beso, cargado de muchas emociones.

—Te quiero Luzbel —susurro cerca de su boca.

—Yo también te quiero, Mack.

Fin


Luzbel en New York (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora