Las manos del rubio acariciando su frente le hicieron cosquillas. Despertó de su letargo momentáneo para encontrar unos ojos azules mirándolo fijamente, sonriéndole.
El tiempo que permaneció tumbado en el suelo de aquella ducha no había pensado en absolutamente nada. Ni rastro de Harold, ni de sus insultos, ni de su humillación. Haberse entregado por completo a las caricias de Roger había curado su alma. Tener aquel ángel sanador regalándole sus caricias le hacían sentirse en el cielo. Cerró los ojos y sonrió. Rodeó el cuerpo del menor con sus dos brazos y lo pegó al suyo todo lo que pudo, haciendo que éste apoyara su cabeza en su pecho.
—Gracias, Rog —murmuró sobre su pelo mientras lo besaba.
—Te prometí que iba a ayudarte y, bueno, exactamente yo no he hecho nada... —sonrió ampliamente y por completo embelesado por las tiernas acciones de Brian— lo has hecho todo tú.
—Y no es fácil para mí, aún no —Suspiró y buscó su mirada para que supiera que hablaba con sinceridad— Pero ten por seguro que esto es un avance. Que no pienso volver a echarme atrás y, si lo hago, te doy permiso para que me des un puñetazo que me deje en coma.
Roger rió por lo bajo, recordando a Freddie describiendo el cabezazo que recibió.
—No va a ser necesario, ya verás —Apretó más el abrazo— Anda, vamos a terminar de ducharnos antes de que sea más tarde.
Mientras Roger terminaba de vestirse, Brian preparaba el desayuno. Aprovechó la soledad del momento para perderse en sus pensamientos. Su deformación profesional le obligaba a analizarlo todo, dentro y fuera del trabajo. Sobre todo fuera.
Cerró los ojos y sintió de nuevo las manos del rubio recorrer suavemente su espalda, sus dedos aferrándose a ella. Y, en ese preciso momento, descubrió que el amor no tiene género. Que una caricia es cálida vengan de las manos que vengan. Que un beso apasionado puede darlo unos labios pintados con carmín rojo o unos perfilados por una barba de tres días. Y supo con certeza que lo de "yo os declaro marido y mujer" no iba con él.
. . .
La presencia de Roger por el umbral de la puerta de la cocina hizo que su cabeza girara hasta obtener una imagen completa de él, sonriéndole tiernamente mientras lo miraba con un brillo distinto al normal en sus ojos. Tomó el plato con dos tostadas que tenía frente a él y se lo dio al menor.
—Tostadas con mantequilla y mermelada de fresa, como a ti te gusta. En un minuto te pongo el café.
Taylor sonrió enternecido ante aquel detalle. Brian se había molestado en ponerle el desayuno por delante. Eso no lo tenía desde que desayunaba viendo dibujos animados antes de ir al colegio.
El calor en su pecho aumentaba por momentos viendo como el mayor se movía libremente por su cocina, sonriéndole cada vez que sus miradas se cruzaban, acariciándole el hombro cada vez que pasaba por detrás. Siguió todos sus movimientos hasta que se sentó frente a él. Seguía sin poder quitar sus ojos de sus facciones, de la forma en la que pasaba la lengua por sus labios cuando le daba un sorbo al café, de cómo su mandíbula se movía mientras masticaba. Estaba embelesado ante aquel hombre que casi le quita la vida pero que ahora se la estaba devolviendo poco a poco.
—Buenos días, chicos.
La voz de Tim los hizo reaccionar. Roger notó la tensión con la que Brian recibió a su amigo. Tratando de no dejar un solo minuto de silencio para que no se volviera incómodo, tomó las riendas de la situación intentando hacer ver al mayor que debía calmarse si no quería ser descubierto.
—Buenos días, princesa —respondió Roger aún con la boca llena de pan a medio triturar. Dio un trago al café para acabar el espectáculo que la comida molida podía dar y se apresuró a continuar—. ¿Dormiste bien? Mira que quien está en recuperación soy yo y me he levantado temprano para hacer el desayuno.
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Nevermore [Maylor]
FanfictionResponsabilidad. Esa palabra de quince letras resonaba veinticuatro horas al día, siete días a la semana en la cabeza de Roger Taylor, un joven adinerado de veinte años, adicto a la noche londinense. A pocos kilómetros, en una casa humilde de un ba...